No es extraño encontrar en la historia política de este país, e incluso en la curiosa idiosincrasia de la zona sur de Madrid, ejemplos de personajes, públicos o que algún día lo fueron, que deciden cambiarse la chaqueta y arrimar el ascua a su sardina.

Personajes que han hecho de lo público su forma de vida, que juegan a ser empresarios de cierto éxito o profesionales liberales pero sucumben con demasiada simpleza a los cantos de sirena que les llegan desde determinados partidos políticos, sea cual sea el color de estos, incluso antagónicos en sus postulados.

No dudan a la hora de mamar de la teta de la administración por seca que ésta se encuentre, y si para ello hay que hacer borrón y cuenta nueva, se hace y ‘donde dije digo, digo Diego’. Lo decía Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.

Personajes, a la postre, que se pueden incluso permitir el lujo de atacar a sus oponentes políticos cuando reciben un salario de las arcas municipales, de culparles si es menester de la muerte de Manolete, y que un año y medio después ponen su brazo alrededor de los hombros de sus otrora rivales en fraternal gesto de amistad. Pelillos a la mar.

Al fin y al cabo sólo se trata de tomar el pelo a un puñado de votantes que un buen día se creyeron que esas palabras y promesas electorales al amparo de unas siglas hoy reducidas casi a cenizas eran algo más que meros brindis al sol. Unos vecinos que confiaron en un proyecto, y que ven cómo aquellos que ayer decían defender sus intereses, hoy han optado por defender los del vecino.

Paradojas del destino (llamémoslo así por no llamarlo ‘mamandurrias’), estos personajes no se sonrojan si ahora toca vestirse de rojo, o si antes han intentado sin éxito ponerse el traje naranja. Todo con tal de seguir ligado a la seductora vida política municipal. ¡Qué tendrá ésta que tanto engancha!

Luego, si cuaja el cambio de look, caminarán entre los vecinos y vecinas de la ciudad, entre aquellos que un día les votaron y confiaron en ellos, levitando un palmo por encima del suelo y explicando (veremos de qué forma) por qué aquello que meses atrás era impugnable hoy es emblema. Profetas de la incongruencia que menosprecian al prójimo e insultan la inteligencia del ciudadano. Hasta que éste se canse.