Estela-Marina-Pérez-Cabrera

Todo cambio de régimen tiene sus iconos, y como la democracia, la tolerancia y la libertad son áridos conceptos abstractos, a veces muy difíciles de definir, especialmente cuando se acaba de salir de una dictadura, el icono de la Transición fue el destape, y más concretamente, el provocador seno al aire de Susana Estrada ante la atenta mirada de Enrique Tierno Galván.

Cuarenta años después, el sexo ya no es un arma revolucionaria ni provocadora, ya no es un icono de la libertad, ha quedado como opción de ocio alternativa cuando la tele está aburrida. Y como nos encontramos ante otro cambio de régimen político, además no declarado, se hace aún más necesario un icono que lo represente. Y ese icono ha resultado ser hoy el afloramiento de los casos de corrupción y la pena de telediario. A los españoles ya no les excita ver semidesnudos en la tele a chicos o chicas estupendas, pero parece que sí les pone ver engrilletados o declarando como imputados por corrupción ante su Señoría a los anteayer intocables y poderosos.

Y del mismo modo que el seno de Susana Estrada es la divisoria de aguas entre la dictadura y la democracia del 78; Urdangarín y la Infanta en el banquillo, la mano policial empujando la calva de Rodrigo Rato hacia el coche celular e Ignacio González entrando en la cárcel de Soto son los iconos de este nuevo régimen, como la guillotina lo fue de la Primera República Francesa.

Sin embargo, algunos parecen no haberse enterado del nuevo puritanismo imperante predicado por medios e instituciones, que hoy alaban y encumbran lo que anteayer era pecado mortal, y castigan con la durísima pena de telediario y banquillo lo que hace unos pocos años sólo era pecado venial. Fue lo que les ocurrió a Urdangarín y la Infanta, que creyeron vivir en la Belle Époque de finales del siglo XX y principios del XXI cuando se dedicaban, desde un chiringuito ad hoc, a pasar la gorra a empresas e instituciones para, como dirían los clásicos del Siglo de Oro, sustentar honra y posición.

Y parece que, en Leganés, los superhéroes vecinales siguen anclados en esa Belle Époque donde se comprendía y hasta se toleraba que los políticos beneficiaran de alguna manera a familiares y amigos aprovechándose de su cargo y su influencia. Véase, si no, el caso de la extraña factura de 3.000 euros que Aitur, la empresa de Estela Marina P.C., la compañera sentimental del segundo de a bordo del sicofanta pepinero, Ricardo López, ha pasado al Consistorio por los servicios de “merchandising y diseño página web evento de networking”. Evento municipal que duró un solo día, el 22 de septiembre de 2016, denominado “Empresur”, y destinado teóricamente a fomentar el “networking” entre emprendedores. Invento incomprensible comprado por Rubén Bejarano, el concejal de Empleo del Ayuntamiento, y el último mohicano de Izquierda Unida en Leganés, por razones desconocidas, o quizá demasiado conocidas.

ULEG LeganesSea como fuere, la factura presentada por Aitur –empresa constituida por Estela Marina P.C. justo antes de las Elecciones Municipales de 2015, qué casualidad—ante el Ayuntamiento no llegó a tiempo para ser conformada con cargo a los Presupuestos del pasado ejercicio. Y llegó la hora de retratarse en el Pleno, por dos veces. El hombre a una caja registradora pegado durante las fiestas patronales –y el resto del año, también—y sus cuates de ULEG votaron en contra, salvo la pareja de Estela Marina, que se ausentó del Pleno pretextando acrisolada honradez y neutralidad. Coartada perfecta, pensaría el sicofanta y su segundo de a bordo: que nos aprueben el pufo el Gobierno y el PP con sus votos, pues los populares suelen aprobar casi de oficio los reconocimientos extrajudiciales de crédito que presenta el Gobierno. Pero el tiro les salió por la culata: el PP, en la primera vez, oliéndose la tostada, se abstuvo; y la factura no se conformó. Y en la segunda, tuvo que votar en contra, pues las urgencias sindicaleras de algunos miembros de la Corporación habían dejado al Gobierno en mayoría.

Mal trago, no cobrar la factura por servicios abstractos, para los que se quejan del cachopo en la boca ajena mientras se comen, como Antonio Almagro, una de langosta a cuenta del Erario. Y peor trago aún no poder quejarse de ello. Decían los clásicos que la virtud es la paga de sí misma. Y la hipocresía que aparenta virtud lleva en el pecado la penitencia.