Carlos Delgado Leganés

En uno de los capítulos de Orden Especial –genial serie de breves sketch televisivos donde Albert Boadella y Els Joglars fustigaban sin piedad los vicios nacionales— aparecía el típico macho ibérico especialista en menospreciar y ultrajar verbal y físicamente a las mujeres. Un arquetipo, caricaturizado hace ya 25 años por el genial comediante, que ha perdido, por aquello de la presión social, sus groseras y soeces formas externas; pero que conserva aún la esencia, encarnada en esa mezcla de temor y desprecio que sienten algunos hombres hacia las mujeres. Temor y desprecio que conducen, primero, a la descalificación verbal y, en último término, a la violencia física. De ahí que tachar hoy a alguien de machista sean palabras mayores que hay que emplear con tiento y moderación. Y es que si intolerables son las formas y el lenguaje machista en las relaciones sociales civilizadas, lo son más aun en las instituciones democráticas, donde los representantes políticos tienen que ser los primeros que den ejemplo de moral y conducta civilizadas.

Sin embargo, en Leganés tenemos a un “valiente” que a nada le teme y que se atreve con todo y con todos, que a nadie respeta, ni siquiera a los más cualificados funcionarios. Sus descalificaciones e insultos se dirigen por igual, y en todas las direcciones, a quienquiera que no se declare públicamente admirador suyo o no le ría los chistes, sin respetar tan siquiera las más elementales convenciones sociales ni las intimidades de la vida privada o de la vida sentimental. Ridiculiza, descalifica, humilla e insulta sin discriminar por ideas, origen o condición a quienes no bailen a su son.

En pocas palabras, en Leganés tenemos a un valiente “machote” que se mete con todo el mundo, casi acorde con el artículo 14 de la Constitución. Ese que prohíbe discriminar por razón de nacimiento, raza, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Porque para todos tiene el superhéroe vecinal insultos, descalificaciones, injurias y calumnias. Decimos casi, porque sólo un punto le falta al sicofanta para ser perfecto, completamente acorde con lo que ordena la Constitución: insultar, descalificar, injuriar y calumniar a las mujeres en los mismos términos e intensidad que lo hace con los hombres.

Y es que, con las mujeres, el sicofanta suele ponerse doblemente chulo, despreciativo y ridiculizador. La última víctima ha sido Angelines Micó, Primera Teniente de Alcalde, cuando en un debate en el Pleno, se puso a imitar torpemente su voz femenina —¡qué gracioso!—para criticar cierta actuación de la edil en el Consejo Sectorial de Mayores. Quizá la crítica fuera acertada, pero sobraba ese tonillo graciosete y condescendiente que a Delgado nunca se le habría ocurrido emplear con un varón y del que todo el salón de plenos, con la excepción de él mismo y su mariachi, se dio cuenta y le afeó oportunamente.

Tuit Delgado

Pero llueve sobre mojado: en la pasada Legislatura, por Twitter, le recriminó su vestimenta y sus relaciones sentimentales a una asesora del gobierno municipal, recomendándola que, durante el Corpus, como adúltera, debía taparse un poco, aunque solo fuera por sus hijas. No se le ocurrió hacerle el mismo reproche a su pareja, del sexo masculino, y por entonces Concejal de Comercio del Ayuntamiento de Leganés. Fue condenado en primera instancia por ello en los juzgados de Leganés, aunque la Audiencia Provincial, siempre tan misericordiosa y tan respetuosa de la libertad de expresión de los insultadores profesionales –no así del honor y la dignidad de sus víctimas—le exoneró de la condena.

Quizá por esto, y por muchas otras cosas que de momento le han salido gratis, el superhéroe machote está crecido. Tanto que, cuando el portavoz popular, Miguel Ángel Recuenco, le afeó su pésima y malintencionada imitación a Delgado, éste le respondió acusándole veladamente de irse a China a “faltar al respeto a su mujer”. Podría haber cumplido con el artículo 14 de la Constitución y llamarle directamente adúltero, como hizo con Paz Paniagua. Pero no lo hizo, y al diablo se le ve en los detalles. Y ahí es, precisamente, donde se distingue al machista del machote: cuando el presunto machote no tiene los arrestos de insultar exactamente igual a una mujer que a un hombre.