Ana Gómez Rodríguez fue la candidata del Partido Popular a la alcaldía del Ayuntamiento de Alcorcón en las elecciones locales de 2019. Cosechó el peor resultado de su partido en unas elecciones municipales en mucho tiempo.
Ciudadanos estaba en racha, Albert Rivera era una estrella y sus candidatos molaban tanto que muchos votantes del PP decidieron votar a esa candidatura naranja que hoy es espuma, espumilla política, pero que sirvió de excusa a alguien como Ana Gómez para explicar su fracaso en Alcorcón.
Como portavoz del Grupo Popular ganaba, y ganó durante cuatro hermosos años, 70.000 euros al año porque el Consistorio alcorconero es increíblemente generoso con el portavoz de la oposición y el portavoz de la oposición es, por tanto, increíblemente generoso con el lugar institucional que ocupa.
Ana Gómez, como portavoz de la oposición, no trabajó mucho, ni poco, y se dejó llevar por ese lamento de la derecha que no gobierna porque la gente es tan mala y tan roja y tan desagradecida.
Descartada como nueva candidata, a mayor gloria de Terol y sus fugitivos, en las elecciones locales y autonómicas de mayo de 2023 consiguió entrar en la lista de Isabel Díaz Ayuso en uno de esos puestos al final, en la esquina de la lista, donde no sales seguro pero sales si te dimiten los de arriba porque ganamos y los nombramos consejeros y viceconsejeros, y directores generales y alguna de esas cosas de nombrar que los políticos de Madrid se nombran.
Y así, en julio de 2023, la señora Gómez recogía su acta de diputada y los madrileños ya tenían a su representante en el Legislativo regional a 3.273,61 euros al mes.
Ana Gómez lleva, por tanto, más de un año dedicada a calentar un escaño en la Asamblea de Vallecas, y es secretaria de una comisión, y no ha perdido el tiempo porque tiene a Madrid y a los madrileños tanto en su alma que en este año toda su actividad parlamentaria se reduce a preguntar tres veces al Gobierno de Isabel Díaz Ayuso para mayor gloria de la mayoría absoluta.
Ana Gómez gana tres veces lo que gana un churrero en Madrid. Y trabaja diez veces menos que el palo del churrero.