“Alguien que se reúne de manera afable con un personaje de la basura de las cloacas de Interior de nuestro país debe alejarse de la vida política, porque hace daño a la mayoría parlamentaria que protagonizó la moción de censura, y porque no es aceptable que en este país haya ministros, que son amigos de tipejos como Villarejo”.

Esto decía Pablo Iglesias hace un año cuando se filtró un audio del excomisario Villarejo donde presumía ante Dolores Delgado, ministra de Justicia posteriormente a la grabación, de haber creado una agencia de modelos para sonsacar “información vaginal”. Y Delgado decía: “éxito asegurado”.

También hace unos meses, en campaña electoral, el presidente del Gobierno, Pedró Sánchez, decía en una entrevista: “¿La Fiscalía de quién depende? Pues ya está”.

Ahora juntamos las dos afirmaciones, en este enero de 2020. Pablo Iglesias es vicepresidente de un Gobierno presidido por Pedro Sánchez, que ha sacado del Ejecutivo a Dolores Delgado para hacerla fiscal general del Estado. Golpe de autoridad de Sánchez y a la credibilidad del Ministerio Fiscal.

Cierto es que entre las potestades del Gobierno está nombrar a la máxima autoridad de la Fiscalía. Sin embargo, los precedentes de Dolores Delgado no son nada halagüeños. Pasa de ser ministra, a fiscal general, sin tiempo de reflexión alguno. Puerta giratoria, en toda regla.

¿Se imaginan que hubiera algún tipo de irregularidad en el nuevo Gobierno? ¿Sería capaz la acusación pública, con Delgado al frente, de ejercer su potestad acusadora, con los que hasta hace unos días eran sus compañeros de trabajo en el Consejo de Ministros?

Cuesta imaginarlo y eso no será lo único, pues sobre su auctoritas estará el coordinar a todos los fiscales de sala, que decidirán qué es digno de ser investigado y qué no. Por citar solo un ejemplo.

Sin pudor, al nombramiento de Dolores Delgado como fiscal general, siendo además diputada del PSOE, se suma el de Iván Redondo, mano derecha de Sánchez, que coordinará la Comunicación, la Oficina Económica y la Seguridad Nacional y diseñar una España “para los próximos 30 años”.

El ego de Pedro Sánchez solo es comparable al de Iglesias. Hoy son días de vino y rosa en el Ejecutivo de coalición. Pero todo tiene un límite. Ya veremos si por amor a la rosa, el líder de Podemos es capaz de soportar las espinas

¡Treinta años! Se dice pronto. ¿Acaso tiene pensado Sánchez perpetuarse en el poder? Los pasos que va dando este Gobierno de 23 ministros y ministras auguran algo parecido.

Pedro Sánchez ya tiene lo que siempre quiso, ser presidente de un Gobierno a toda costa. Ha incluido, por necesidad, a miembros de Podemos, que ayer llamaban ‘ciudadano Borbón’ al rey de España y por un cargo bien remunerado, le juran fidelidad. Pero no los necesita para más, a la vista de estos movimientos donde el presidente está dejando todo atado y bien atado, en un alarde de: «Aquí mando yo».

A ver cómo reacciona Pablo Iglesias ante estas tretas de Sánchez, que ya se la jugó nombrando una cuarta vicepresidencia, para restarle protagonismo y le ha dado carteras a Podemos con escasa relevancia, pues esas materias, en su mayoría, están transferidas a las comunidades autónomas.

El ego de Pedro Sánchez solo es comparable al de Iglesias. Hoy son días de vino y rosa en el Ejecutivo de coalición. Pero todo tiene un límite. Ya veremos si por amor a la rosa, el líder de Podemos es capaz de soportar las espinas. De momento el nombramiento de la fiscal general se lo ha ‘tragado’, como respondía en una entrevista con Vicente Vallés. A ver hasta cuándo.