carlos delgado pulido uleg

Hagamos un ejercicio de memoria. Año 2003. Por primera vez se presenta a las elecciones ULEG y un Carlos Delgado, neófito en esto de la política, que queda fuera del Ayuntamiento. Leganés esquiva la bala. Pero Delgado ha visto el filón, es paciente, como el deplorable Catón que esperó la mínima oportunidad para hacer caer al legendario Escipición.

Así entra por vez primera en el Pleno de Leganés en 2007. A vivir de los vecinos, que son dos días. Siempre destruyendo, nunca proponiendo, judicializando la política, cual vulgar sicofanta.

Recordemos que en la vieja Grecia se conocía con este término a los acusadores profesionales que vivían de difamar a notables, infinitamente mejores que ellos, para sacarles grandes sumas de dinero o, simplemente, por el morbo de tratar de hundir el buen nombre de alguien respetable. Le pasó a Sócrates, a Critón y también en la todopoderosa Roma, al emperador Trajano. El recuerdo de los tres, eso sí, salió indemne para la posteridad de los aguijonazos pendencieros de estos sicofantas. Pero en Leganés pervivió en la figura de Carlos Delgado Pulido.

De hecho llegó 2015, apogeo de un partido personalista, donde cual Pedro Sánchez, Delgado hace y deshace a su antojo. Consiguió seis concejales y se vio fuerte. Pasó de frío a caliente, destrozó cualquier iniciativa en el Pleno, hizo imposible la gobernabilidad del municipio y, por supuesto, siguió atascando los juzgados con causas abiertas a diestro y siniestro. Es más, se autoproclamaba alcalde con una suerte de cronómetro que acabó quedándose sin pilas.

Así en 2019 llegó el batacazo, perdió de golpe y porrazo dos ediles, quedando ULEG con cuatro representantes y una merma significativa de votos. En condiciones normales, un fracaso de semejante envergadura debería hacer dimitir a quien lo ha protagonizado. Por dignidad y vergüenza torera, Carlos Delgado debería haberse ido. Pero no se le pueden pedir peras al olmo ni honor a quien desconoce su significado y ahí siguió, a razón de 60.000 euros brutos anuales a costa del bolsillo de los vecinos.

Y entonces dejó de ser caliente, tampoco frío. De arremeter contra todos y contra todo pasó a un perfil bajo, discreto. Tal es así que ahora, cuando los vecinos le preguntan en redes sociales hacia qué lado se escorará en caso de pactar con un bloque u otro, se muestra tibio. Incluso, sin aspiración de ser el más votado, exige al PSOE que le deje gobernar, porque él es “progresista”, dice.

Pero no se dejen engañar. Recuerden el Apocalipsis de San Juan: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de Mi boca”. Y eso es lo que ha de hacer Leganés, de una vez por todas y veinte años después. Exorcizar esos demonios camuflados de políticos vecinales, que lo único que aspiran es a vivir una legislatura más (y ya serían cinco) del dinero de sus bolsillos.