Allá por el mes de octubre, el Gobierno de España anunció que renovaría la flota de coches oficiales (unos 5.794 automóviles), sustituyéndolos por los llamados ECO. El gasto aproximado, en dos años, será de 100 millones de euros.

El argumento esgrimido por el Ejecutivo era que el parque móvil del Estado está obsoleto, con vehículos con más de diez años de antigüedad. Para mitigar el sonrojo de semejante gasto, en plena crisis económica, añadía que parte de estos automóviles se destinarán a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (no lo verán ni ustedes, ni yo).

¿Alguien puso el grito en el cielo por esto? No me consta. Tampoco que abriera informativos, ni tertulias, salvo alguna que otra nota a pie de página. Mucho menos manifestaciones. Es más, actualmente Unidas Podemos, ‘el partido del pueblo’, se beneficia de 19 coches oficiales con cuatro ministerios. Echen cuentas, que la ética, ya si eso para otro día.

¿Por qué nadie ha protestado? Porque es una medida de esas llamadas ‘eco friendly’. Es ‘cool’, como se dice ahora. Quién en su sano juicio se opondría a mejorar el medio ambiente, y de paso, que nuestros ministros vayan con el culo bien aposentado.

Además, si queda alguna duda sobre la bondad del gasto, siempre se sacará la bandera de la abyecta Agenda 2030, ese programa de ingeniería social que lo justifica todo, y aquí paz y después gloria. Hay que combatir al malnacido cambio climático, que este año nos trae calor sofocante en julio y frió en diciembre. De locos.

El caso es que ni mu en la opinión pública, salvo cuatro despistados que pusieron su soflama en Twitter, y algún que otro artículo por la extensa nube que es Internet. Como el dispendio es de los míos, para qué quejarme. Seguro que es por mi bien.

De octubre pasamos al 1 de diciembre. Nos vamos al otro lado. La presidenta de la Comunidad de Madrid inauguraba esta semana el primer hospital público (público, sí) en años, destinado a aliviar la presión asistencial del sistema sanitario. Y por el mismo precio: 100 millones de euros.

Esa Ayuso se ha vuelto loca. Será ‘desgraciada’ la tía, que se permite el lujo de construir un hospital, en mitad de la mayor pandemia vivida en siglos por este país. Qué desfachatez. Seguro que lo ha hecho para beneficiar a sus ‘colegas’ constructores. Vaya pelotazo.

A que eso sí lo han oído. Por supuesto que sí. La inauguración del Isabel Zendal ha copado tertulias, debates y portadas. ¡Ha habido hasta una manifestación en contra! Que si ese dinero se podía ir a Atención Primaria, que si faltan efectivos en la sanidad madrileña, que está hecha unos zorros, y un largo etcétera de reproches, a un hospital ¡público!, que usted, su madre, su padre, su hija, su abuela su tía o vecina, incluso yo, podremos usar (ojalá que no).

De los coches oficiales, ya le digo yo que nuestra maltrecha espalda no sentirá su confort. Lo que me lleva a preguntarme, cuándo España perdió el sentido común. La fecha exacta no la sé, pero sí una aproximación. Por ejemplo, cuando a una política, hoy vicepresidenta de España, se le ocurrió aquello de que el dinero público no es de nadie. Sí, señorita mía, es de mi trabajo y de mi consumo. También el de usted que lee esto, si es que ha llegado hasta aquí.

El día que aquella nefasta frase no fue castigada, sino que se premió con una Vicepresidencia, fue cuando nos fuimos al guano como país y sociedad. Ahora le pido un segundo de reflexión. Tiene 100 millones de euros en su poder, y la decisión de destinarlos a uno u otro fin. Coche oficial u hospital público. Su elección le indicará el tipo de persona qué es y el futuro que quiere para su nación. Es su turno…