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De todos los indicadores, estadísticas y variables que los gobernantes tienen a su disposición para prever necesidades y planificar las actuaciones necesarias para cubrirlas en el momento oportuno, el padrón municipal y lo que los demógrafos llaman el movimiento natural de la población son, con gran diferencia, los más fiables; por no decir los únicos realmente fiables. Y la razón es bien sencilla: si en un municipio hay abundantes parejas y matrimonios en edad de tener hijos, harán falta más escuelas y más pediatras que en un municipio donde la media de edad supere los 45 años. Y, por lógica, en ese municipio harán falta más geriatras y más residencias de mayores, y menos colegios.

Sin embargo, esa aplastante lógica que emana de leyes naturales insobornables parece que ha pasado inadvertida o que ha sido obviada en el caso de Arroyomolinos, el municipio más joven de España no porque acabe de fundarse, sino por la edad media de su población, que ya roza los 30.000 habitantes y que, en los últimos 10 años, ha aumentado su población en 20.000 habitantes, es decir, en un 200%. Cierto que el crecimiento ha sido vertiginoso en los últimos años, pero no es menos cierto que ha habido tiempo suficiente para preverlo y afrontarlo por parte de las autoridades educativas de la Comunidad de Madrid, especialmente en lo que toca a las plazas de enseñanza primaria.

Los niños llegaron poco después que las parejas jóvenes que eligieron Arroyomolinos para vivir. Y las aulas de los colegios de primaria se fueron llenando y saturando, y los colegios tuvieron que engordar –que no es lo mismo que crecer, como nos enseñan médicos y nutricionistas— pasando de línea 3 a línea 5 y ocupando espacios que no estaban concebidos como aulas. Y el problema de escasez de plazas escolares en primaria, que ya era casi insostenible en el curso que acaba de terminar, amenaza con explotar al inicio del siguiente curso, 2017-2018; también por una razón elemental y fácilmente comprensible: para el curso que viene, habrá 200 nuevos niños en edad escolar cuyo colegio, a dos meses del comienzo de las clases, no es más que un agujero con cuatro pilares y algún ladrillo.

Cierto que la empresa encargada de construirlo, JOCA, ha dado la espantada, y cierto también que las aulas habrían llegado justo a tiempo si la empresa hubiera cumplido su contrato con la Consejería de Educación. Pero no es menos cierto que esta misma empresa ya tuvo problemas de solvencia hace cinco años. Y no es menos cierto que los técnicos de la Consejería y el Director del Área Territorial Sur –que también fue concejal, aunque de Fuenlabrada y en la oposición, y además profesor, aunque de Educación Física—podrían haber estado más atentos a la hora de redactar los pliegos de condiciones de la obra y los plazos de ejecución. Vísteme despacio, que voy deprisa, dice el refrán, que es de plena aplicación a este caso, pues si se quiere llegar a tiempo hay que empezar antes.

Y es que en este caso, ni la Consejería ni el Director del Área, Manuel Bautista Monjón, pueden echarle tampoco la culpa al Ayuntamiento, que se ofreció a adelantar el dinero y a licitar la obra a finales del año pasado, cuando aún había tiempo para empezar y terminar del todo el futuro colegio Averroes que hoy está en el aire y que no va a caer del cielo precisamente. Esperemos que nada tenga que ver que el Ayuntamiento de Arroyomolinos esté hoy regido por un Alcalde de Ciudadanos y que el Director de Área fuera anteayer concejal del PP, porque una cosa es alegar falta de medios financieros para ejecutar las obras de una vez, y otra es rechazar la ayuda financiera del Ayuntamiento para construir antes el colegio.

Y tampoco pueden decir ni la Consejería ni el Director del Área que no les habían avisado de la crítica escasez de centros y de plazas escolares para la que el nuevo colegio, que tampoco verá la luz en septiembre, no era más que un alivio transitorio; pues en lugar de construirse completo para tener holgura de espacio los próximos años, las autoridades educativas se empeñaron en hacerlo por fases.

Lo cierto es que Averroes, hoy no está ni en el cielo ni en la tierra. Está en el aire, y no sabemos si estará en la cabeza de Manuel Bautista.