Este lunes se daba a conocer la sentencia del Tribunal Supremo contra los líderes separatistas catalanes a los que se les ha condenado por sedición y no rebelión, como pretendía la acusación particular. Como era de esperar, el fallo del Supremo no ha contentado ni a uno, ni a otros.

Y también como era de esperar, las calles de Cataluña volvieron a convertirse en un polvorín de radicales cortando calles, vías de tren y paralizando el aeropuerto de El Prat. Decenas de vuelos tuvieron que ser cancelados, con pasajeros durmiendo en las terminales y de nuevo la imagen de España, de cara al exterior, por los suelos.

Estos actos violentos estuvieron jaleados por el presidente de la Comunidad Autónoma catalana, Quim Torra, que en cada una de sus intervenciones posteriores a los enfrentamientos entre radicales y Policía ha seguido haciendo un llamamiento a la movilización. Dice que pacífica, pero de ésto no tienen nada, pues ahí están las imágenes que obligan a cargar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado desplegadas en la región. También a los Mossos, que paradójicamente están a las órdenes del pirómano Torra. Un peligro público que azuza el odio y a la vez trata de sofocarlo.

Contra la traición alentada por el presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña no hay mejor antídoto que la aplicación del artículo 155

Como decimos, las imágenes están ahí. Y escarbando lo suficiente en ellas se ve como los protagonistas de estos actos violentos son jóvenes adoctrinados durante décadas en el odio a España, el odio a quien piensa y siente diferente. Una población que no conoce otra cosa que el enfrentamiento, tras años y años de mentiras inoculadas en las escuelas gracias a las distintas cesiones. Desde la Constitución de 1978, que en su intento de apaciguar los ánimos de la Transición, transfirió competencias a las regiones -unas con más privilegios que otras: Craso error-, hasta las distintas leyes orgánicas donde los sucesivos gobiernos han transferido materias como la educación, que a la larga se han evidenciado como un caramelo envenenado en manos independentistas.

Los efectos de esa cesión los vemos ahora en esos jóvenes que, alentados por los líderes separatistas, salen a la calle sin ningún pudor a desafiar el orden y la convivencia hasta un punto de no retorno difícil de digerir. Líderes secesionistas que, cuando la cosa se pone fea, eso sí, no dudan en dejar tirados a sus huestes y poner pies en polvorosa a un retiro europeo.

Pero al igual que la Constitución Española contemplaba y contempla cesiones a las pretensiones nacionalistas regionales, también tiene un mecanismo de defensa útil como el artículo 155. Ya se aplicó una vez y provocó que Oriol Junqueras, los Jordis y compañía -querella de VOX mediante- acabaran con sus huesos en la cárcel por saltarse el ordenamiento jurídico. Eso sí, el Gobierno de Mariano Rajoy, aun con el apoyo de las fuerzas constitucionalistas (PSOE y Ciudadanos), no supo aprovechar la oportunidad de acabar con las aspiraciones independentistas una vez descabezados sus líderes. Pero aún hay tiempo y más viendo el comportamiento de Torra.

Como decía don Gregorio Peces Barba, uno de los padres de la Constitución: “cuando el presidente de una comunidad autónoma, que es la más alta autoridad del Estado en ese territorio, hace lo posible por deshacer la Constitución, eso tiene un nombre: traidor”. Y contra a traición no hay mejor antídoto que el 155 si la escalada de violencia va a más.