El coronavirus se ha mostrado como un enemigo implacable. Cada día perdido por derrotarlo se traduce en cientos de muertos y familias destrozadas. No cabe ni el mínimo descanso frente a él, que cuando crees que está en las últimas, se levanta y asesta un nuevo zarpazo.

Ahora parece haber mutado en Reino Unido, donde se ha hallado una nueva cepa, igual de letal que el SARS-CoV-2, pero un 70% más contagioso. Eso significa que se propaga más rápido, infecta antes y a más personas, lo que puede derivar en un colapso sanitario y el resultado: otra vez marzo.

La respuesta de toda Europa ha sido cancelar vuelos con Gran Bretaña, sometida a un confinamiento severo. Bueno, de toda Europa no. España todavía no ha cerrado su espacio aéreo a Reino Unido. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha dicho este lunes en RAC 1, que apuesta por la coordinación europea sobre la cepa, de la que “no hay constancia” de que esté ya en nuestro país.

Y entonces cabe elucubrar que no parecen casuales esos rebrotes de Canarias y Baleares, tierras adoradas por los británicos. ¿Se acuerdan de aquello de solo tendremos 2 o 5 contagios, a lo sumo? Pues eso.

Mientras el ministro llama a la espera, como decimos, Alemania, Francia, Países Bajos e Italia ya han cancelado los vuelos con Gran Bretaña. Se han adelantado por lo que pueda pasar. Pero el Gobierno de España, otra vez a por uvas. Tarde y a rebufo de las grandes potencias. A esa expresión nos ha reducido Pedro Sánchez y su homólogo Pablo Iglesias. 23 ministerios después, la solución es esperar.

Illa apuesta por esperar a la coordinación europea, mientras Francia, Italia y Alemania ya han cerrado. ¿Esperar a otra ola, ministro?

¿Esperar a qué, ministro? ¿A que nos arrase una tercera ola? ¿Son pocos, acaso, los más de 70.000 muertos por coronavirus entre marzo y diciembre (según el Instituto Nacional de Estadística)? La otra pregunta que cabe formular, es qué clase de sociedad somos, que permitimos que este Gobierno juegue así con la vida de millones de españoles. Unos ciudadanos que soportamos restricciones, a los que se nos pide responsabilidad a diario y se nos impide movernos libremente por el territorio, si quiera ver a los familiares. Y todo, mientras vemos a los ingleses entrando por nuestros aeropuertos, como Pedro por su casa. Los mismos británicos que, cuando España presentaba los peores datos, fueron los primeros en estigmatizarnos.

Mientras Illa, brazo ejecutor del presidente Pedro Sánchez, pide esperar, llama a una respuesta conjunta de Europa, el viejo continente ya ha reaccionado. España, con semblante estúpido, como el de sus gobernantes, se queda en la orilla, una vez más. A verlas venir.

La candidez de marzo ya no vale. Aunque ha quedado acreditado, por los informes de Seguridad Nacional, que el Ejecutivo de Sánchez e Iglesias sabía del potencial del virus antes del bofetón de marzo, podía entenderse que el Gobierno no quisiera crear alarma entre la población. Entonces, solo VOX pedía prohibir los vuelos con China, pero los de VOX, ya se sabe, son unos fascistas-racistas. Qué sabían ellos (nótese la ironía).

Ahora, casi todo el país, salvo los defensores a ultranza de la coalición roja-morada, exige medidas contundentes con Reino Unido. Pero es como clamar en el desierto.

Una vez más, toca encomendarse a la Divina Providencia, porque nuestros gobernantes nos han abandonado. Eso sí, las consecuencias las volveremos a pagar los mismos. ¿Será otra vez el silencio cómplice de la sociedad, la respuesta a esta gestión?