En su apuesta por la fusión de arte y gastronomía, este miércoles Cultura Commodore ha desayunado con estrellas fugaces de aquel cine icónico de los años 70: de Maria Schneider o Malcolm McDowell, a Linda Blair.

Intérpretes a los que se ha querido traer de nuevo a la luz, con la visión particular de los periodistas y escritores Jaime Vicente Echagüe y Martín Llade, quien además ha publicado Lo que nunca sabré de Teresa (Berenice), biografía novelada de una de estas estrellas de breve fulgor: la británica Teresa Ann Savoy, la eterna Drusila del Calígula de 1979.

«Esta década de estrellas fulgurantes producía películas que hacían muchísimo dinero, pero dejaban tras de sí un rastro de ‘juguetes rotos’ a los que al final productores y directores como Tinto Brass o Alberto Lattuada dejaban de dar cuerda», según Jaime Vicente Echagüe. «Jugaban con la fantasía de la niña mala, si bien habría que revisar esa idea de superioridad moral del público de entonces sobre productores y directores», ha añadido.

EROTISMO Y CINE

A propósito del erotismo, otro de los rasgos del cine de la década, Martín Llade ha señalado cómo lo implícito de aquellos años se presta más a la «lectura interpretativa», que lo mostrativo de la pornografía. «Lo explícito tiene un recorrido muy corto y en aquellos años era muy corriente recurrir al porno blando y en el cine español al destape», ha argumentado.

Ambos escritores también han abordado la cuestión ética con respecto a las edades de aquellos intérpretes y el tono de las tramas, así como la demanda del público de las salas de la época. «El momento en que la Lolita de Kubrick creció, dejó de interesar al público», según Echagüe, recordando a otras de esas fugaces ‘star system’, como Sue Lyon; «ya que l final se trata de una cuestión de las leyes de mercado, la oferta y la demanda».

Ambos escritores también han abordado la cuestión ética con respecto a las edades de aquellos intérpretes y el tono de las tramas

También ha recordado al sueco Björn Andrésen, el adolescente Tadzio de Muerte en Venecia (1971), de Luchino Visconti, que se convirtió en el gran icono homosexual de la década y que conoció una segunda vida en Japón grabando anuncios para la televisión nipona.

Cintas para el gran público como Novecento (1976), de Bernardo Bertolucci; Más allá del bien y del mal (1977), de Liliana Cavani, o De la vida de las marionetas (1980), de Ingmar Bergman, incluyeron en su metraje escenas de sexo explícito «que se integraban como algo normal», ha explicado Llade.

Obras a las que Jaime Vicente Echagüe ha añadido El exorcista (1973), donde incluso hubo censuras en la traducción del guion al llegar a la distribución española, «con escenas impensables que ahora mismo ofenderían a millones de personas».

LA INSEGURIDAD DE LA ESTRELLA

La manera de afrontar el cine de los actores más jóvenes les creaba inseguridades, como el caso de Teresa Ann Savoy, a la que Martín Llade ha recordado como «una persona insegura y tímida, que se enamoró de un fotógrafo jipi, que la dejó en la ruina: esta situación la llevó a una anorexia aguda de 1977 a 1980, cuando no se sabía nada de esta enfermedad, que tuvo que ver con la cosificación a la que se vio sometida, ya que llegaba a salir a la calle con sombreros de ala ancha y gafas de sol para no ser reconocida».

LA «CORTA VIDA» DE LAS ACTRICES

También ha habido tiempo para abordar «esta vida corta de las actrices», como ya en los 80 y 90 Linda Fiorentino. Algo que para Jaime Vicente Echagüe tiene mucho que ver con los arquetipos. Si bien, muchas de ellas han encontrado una segunda vida en otros formatos, como la televisión. Véase a Nicole Kidman, Andie MacDowell o Diane Keaton.