España está considerada como la cuarta economía de la zona euro, según datos de los organismos comunitarios. Y a nivel mundial -eso sí, antes de la brutal crisis del 2008- formaba parte de la ‘Champions League’ de la economía, como manifestaba un orgulloso José Luis Rodríguez Zapatero antes de llevar a la ruina a nuestro país.

Ha transcurrido prácticamente una década desde aquella afirmación. España, según los indicadores, sigue siendo una potencia a nivel macroeconómico, aunque en los bolsillos del ciudadano medio esos datos no se traducen. La última EPA refleja además que el paro está bajando a niveles anteriores a los de la crisis. Podría decirse, y no parece descabellado pese a las nubes de recesión que se ciernen sobre nuestra economía y se vislumbran en el horizonte según los expertos, que España ha recuperado -algo- la salud. Obviamente queda muchísimo aún por ganar. Calidad de empleo, pensiones, desinflar la administración y los estómagos agradecidos, seguridad…

Ahora que la movilidad por vehículo privado está siendo atacada sin cuartel, no se ofrece una alternativa de calidad en el transporte público

Pero si alguna de nuestras vergüenzas como país queda por resolver, y urgentemente, no es otra que el estado de la red de Cercanías. Ahora que la movilidad por vehículo privado está siendo atacada a discreción y sin cuartel, en nombre de preservar el medio ambiente, no se ofrece una alternativa que canalice todo ese tráfico a través del transporte público. Y el Cercanías es esencial como opción opuesta al coche privado. Somos millones los españoles que utilizamos este servicio, hoy precario, nefastamente gestionado y mantenido, para acudir a los centros de estudio, de trabajo o simplemente por ocio. Y sin embargo, además del trayecto, se nos escapa media vida entre tren y tren. Hacinados en el andén, como reses que van al matadero, la clase política -la del Falcón y el vehículo oficial, no se hace cargo de la rémora de transporte público que tiene la que se dice cuarta economía de la zona euro.

Basta utilizar un día, un solo día -por ejemplo- la C-3 que (in)comunica Pinto con Madrid. O la C-5 que hace lo propio en Fuenlabrada, Alcorcón y Leganés. En esta última, para más inri, existen hoy todavía estaciones como la de Zarzaquemada en la que no se pueden usar las escaleras mecánicas ni los ascensores. Porque como los propios convoyes, tienen sus particulares averías.

El lamentable estado en el que se encuentra la red de Cercanías, y en particular en Madrid, debería sonrojar a la casta política de PP, Podemos, Ciudadanos y PSOE. Los viajeros nos hemos cansado de esos anuncios de planes estériles que cogen polvo en los cajones del ministerio, compras de trenes que no llegan a hacerse efectivas o irreales mejoras en la frecuencia de paso de los trenes. Basta ya. Pagamos a precio de oro un servicio de tren que no vale, hoy, ni un dólar de cobre. A qué esperan nuestros dirigentes para elevar a cuestión de Estado la pésima red de Cercanías. Cuánto tiempo más vamos a perder en los andenes y vehículos averiados. Y cuánto dinero vamos a seguir malgastando en una administración torpe, incompetente y anticuada. Ha llegado la hora de la movilización. Y si es lejos de los tentáculos de la política, mejor y más efectiva.