Consternación; dolor; rabia; impotencia; solidaridad y amor hacia las víctimas. Seguro que estos sentimientos afloraron en todos los españoles que asistiamos atónitos al atentado islamista que sesgaba la vida de (por ahora y ojalá no aumente) trece ciudadanos libres en La Rambla de Barcelona.

Y mientras el dolor iba in crescendo a medida que la información oficial del cómo y por qué del ataque iba aflorando, lo hacía también -en mi caso- la perplejidad. Por que esta brutal masacre en territorio español me cogía tomando un ferry hacia la península después de disfrutar de unas obligatorias y merecidas vacaciones.

La sorpresa venía cuando, en nivel cuatro de alerta terrorista en todo el territorio nacional, en el momento exacto de un ataque terrorista en suelo español, no había seguridad a la entrada del barco. Apenas una agente portuaria que no pedía ni identificación, ni inspección de equipaje y vehículo, ningún arco de seguridad, solo una barra… Nada. Con total libertad y mostrando únicamente un billete accediamos al ferry con la posibilidad de que pudieran suplantar la identificación.

Vaya por delante la gratitud a la grandísima labor de nuestra policía contra el terrorismo, donde la seguridad al cien por cien es prácticamente imposible. Y ello pese a que la Policía Nacional -por qué no tiene más competencia en Cataluña- ya avisó de la importancia de colocar bolardos en calles céntricas tras Niza. Llegará el momento de exigir responsabilidades al Gobierno autonómico catalán.

Pero en un momento en el que el terror está a la vuelta de la esquina, uno se queda perplejo, además, con esta laxitud en este caso portuaria. Ojalá se trate de algo puntual, como el macabro asesinato de ciudadanos libres en Barcelona. Sirvan estas frases para poner el foco en la importancia de la seguridad frente al terror. Hoy es más necesaria que nunca.