Este año 2020 nos ha enseñado a la humanidad lo vulnerables que podemos llegar a ser ante una pandemia. El coronavirus significa un antes y un después en nuestra forma de vida.

Desgraciadamente y con pesar, para muchos no habrá un después, pues han sido arrasados por esta enfermedad. Quedará su recuerdo, eso sí, que siempre será imborrable en la memoria.

Y en honor a ellos, lo que mejor podemos seguir haciendo, es aprovechar esta existencia que nos ha tocado vivir. Estemos aquí ochenta años, cuarenta, un mes o semanas, el hecho en sí es que estamos aquí. Y cuando uno está en un sitio tiene que vivir al máximo. Porque no se trata de cuánto tiempo se está en un lugar, sino de lo que uno hace mientras está allí. Y cuando se marcha, saber que ese sitio ha mejorado durante su estancia.

Llega ahora la Navidad. Un momento de reencuentro. Y todos necesitamos ver a esa familia, a esos amigos y personas que dan sentido a nuestra vida. Como seres humanos, ese contacto es esencial para recordarnos que la vida sigue, que no se ha parado, pese al destrozo de una pandemia. Para ello es necesario perder el miedo, que desde marzo parece tenernos atenazados en todos los sentidos: en la mente y la emoción. Qué distinto es este final de año al de 2019.

Decía Aldous Huxley, el celebre escritor de ciencia ficción (no tan ficción, como hemos comprobado), que “el amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”.

La célebre Madame Curie, una mujer excepcional, que ahora ha vuelto al foco de la actualidad, gracias a la película homónima que se puede disfrutar en cines, comentaba aquello de que “nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para temer menos”. Y la mejor comprensión es aceptar que este 2020 las Navidades serán distintas a las que conocíamos, pero no por ello peores, pues los sentimientos son algo que ni un virus nos puede robar.

Por su parte, el escritor español, Alonso de Ercilla y Zúñiga, también hablaba de que “el miedo es natural en el prudente, y el saberlo vencer es ser valiente”. Hoy es tiempo de valientes, lo que casa con la prudencia.

Como vemos, tanto a Huxley, como a Curie o Zuñiga les unió las ganas de vivir, las ganas de aprovechar este regalo que es la existencia y ahí está su legado. Una herencia que hay que poner en valor ahora más que nunca, cuando el temor nos parece atraparnos.

¿Significa eso que hay que rechazar al miedo? Por supuesto que no. El miedo es necesario, en tanto que es un sentimiento más, como la alegría, la tristeza, la rabia, el dolor y el propio amor. Trascenderlo o transformarlo es la meta a conseguir. De no hacerlo, está claro que el 2021 será como este 2020, y así sucesivamente, en un bucle interminable.

Ahora bien, perder el miedo a la vida no es sinónimo de faltar el respeto a un virus, la Covid-19, que sigue ahí presente, al acecho. Perder el miedo y volver a la senda de la vida es compatible con cumplir las recomendaciones sanitarias autoimpuestas actualmente. Esto es: el uso de mascarillas, higiene de manos o evitar aglomeraciones en cualquier espacio de la cotidianidad.

Las dos opciones son equivalentes, pueden y deben convivir por ahora. Porque cuando ya no hay nada a que temer, la vida siempre acaba abriéndose paso.