«Vamos a hablar con claridad. ¿Por qué España está en cifras tan altas de contagiados y de fallecidos por la Covid? Porque en España está la Comunidad de Madrid. Que es la tercera región del mundo en letalidad, por el coronavirus».

Estas fueron las palabras usadas por Rafael Simancas, ayer miércoles, en el programa Al Rojo Vivo, de La Sexta. Un discurso con el que, el diputado del PSOE en el Congreso (gracias a los votos de los madrileños), alcanzó la cima de la miseria, de la que ha hecho virtud en toda su carrera política.

Nacido en Alemania y criado en Leganés, Rafael Simancas se afilió allá por los ochenta en el PSOE. Y de ahí hasta ahora, viviendo del trabajo de todos los españoles, sobre todo de los madrileños, pues como miembro del PSM, Simancas siempre ha sacado su ‘carguito’ del voto de éstos, a los que ayer culpaba directamente, y sin pudor, de la crisis del coronavirus en nuestro país.

Decía que Simancas, con sus declaraciones en televisión, no podía ser más miserable, pues olvida quién ostenta hoy el poder en España. Quien sabía desde febrero la potencia del Covid-19 y aún así jaleaba manifestaciones el 8 de marzo, permitiendo actos irresponsables como el de Vistalegre, partidos de fútbol y vida normal, con el «enemigo invisible» golpeando ya de lleno. Quien, en definitiva, es el Ejecutivo.

Y no solo vuelve a recurrir a cifras, tratándose de personas, sino que apunta con su dedo acusador a una región como apestada, aquella de la que ha mamado y que en su día trató de gobernar. Acabó con su aspiración el conocido como ‘Tamayazo’. Y de buena nos libraron aquellos dos tránsfugas. Hoy, con perspectiva, hay que celebrar aquel movimiento político.

Sin embargo, la inquina quedó en Simancas. Hay quien no supera ser telonero de Nirvana o un Sonny de Cher; y Simancas jamás superó, ni lo hará, aquella derrota, cuando acariciaba las mieles del poder. No lo perdona, ni siquiera a Madrid, de quien ya digo, engorda vía impuestos y votos, traducidos en suculenta nómina de diputado en el Congreso. Para que encima haya que aguantar su bilis.

Ese odio, esa rabia, acompaña desde entonces al hoy diputado, sacándola a relucir siempre que lo pide la ocasión. No se puede pedir unidad, como hace el presidente en sus comparecencias, mientras se tiene a Simancas de dóberman. Un hombre lastrado por la miseria, incapaz de llegar a acuerdos salvo -que casualidad- con Bildu, por mucho que tuerza el rostro en una pésima interpretación.

El tiempo de crisis que nos ha tocado vivir exige apartar de la vida política a sujetos como Simancas, nocivo para intentar cualquier pacto. Sus indignas declaraciones de ayer, le perseguirán toda la vida.