Una nueva vida en Europa, lejos de la guerra y las persecuciones. Eso es lo que buscan miles de niños que huyen del conflicto y esperan y esperan y esperan una solución en Grecia y Suecia, fundamentalmente.

Un tiempo que se hace eterno y que resume perfectamente en quince minutos la directora extremeña Silvia Venegas Vengas en Nuestra vida como niños refugiados en Europa. Un cortometraje directo, sin trampa ni cartón y que opta al Goya este sábado, 25 de enero.

Todos sus trabajos tienen gran calado social. Esta vez habla de los niños refugiados que vienen a Europa y esperan en Grecia y Suecia un destino. ¿Por qué?
Como dices todas mis películas tienen contenido social, ya sea como productora, directora o guionista. He tenido diferentes facetas en las producciones que hemos hecho, sobre todos desde la productora Making Doc que fundamos Juan Antonio Moreno y yo en 2010.

Y en Nuestra vida como niños refugiados en Europa fuimos a Suecia, a Malmö, a presentar Boxing for freedom en un festival para niños. Después de la presentación se acercaron a nosotros chicos refugiados que nos contaron sus historias. A mi me impactaron bastante. Luego leí que Europol advertía que había más de 10.000 menores refugiados que habían desaparecido en Europa.

Todo esto me impresionó mucho. Me preguntaba dónde estaban esos niños o qué les estaba pasando para que desapareciesen. Y así empezó el germen de la película.

Los chicos van contando sus historias, como dice. Sus relatos son los que importan, pero hay un momento en que uno de los protagonistas habla de los que no han llegado. Esos relatos silenciosos son igual o más duros.
Claro. Me parecían muy importantes eso que en cine se llaman personajes ausentes. Que no los ves, pero están ahí durante toda la película. A mí me parecía que los niños que no han llegado tenían que estar. Y nos lo cuenta el chico que tú dices, de “yo tenía muchos amigos esperando en Grecia pero como han tardado tanto tiempo en darles la documentación no han podido esperar y al final se han ido, han caído en manos de traficantes, de las mafias y no han llegado a su destino”.

También nos contaba otro chico que llevaba más de un año en Lesbos (Grecia) y lo único que le quedaba era escaparse en un camión con las mafias. Ahí te puede pasar de todo, porque se pueden aprovechar de ti. Siendo menor y además solo.

Me parecía muy importante que estuviese todo eso y me chocó muchísimo también la cuestión de los suicidios. De que muchos habían pensado en suicidarse desesperados por esperar en las islas o porque les querían deportar. Me parece inconcebible que un niño que está en la flor de la vida, que lo que debería estar haciendo es disfrutar, pensara en suicidarse. Fue lo que generó mucha impotencia.

Hacia quién va dirigido este trabajo: ¿la sociedad occidental en general o más a esa clase política y sus parches que no solucionan estos dramas humanos?
Uno de los principales públicos fueron los niños y jóvenes. Quería que los protagonistas fueran ellos y se lo contasen a otros de su edad. Por eso hay momentos en que los niños hablan directamente a cámara. Hay muchos puntos buscando ese público, porque me parece muy importante generar en los jóvenes la empatía hacia el compañero de clase que ha llegado nuevo y a lo mejor no entienden por qué no sabe el idioma.

De ahí también esa duración de quince minutos pensando en una clase. Me parecía mucho más útil. Al final, o al menos en mi caso, las películas tienen que ser útiles. Ir más allá del simple hecho cinematográfico.

Y por supuesto también hay una crítica al sistema. Yo formo parte de él, vivo en Europa tranquila, y ese sistema es el que hace que unos niños desconfíen de él. Eso se ve en los jóvenes entrevistados en Lesbos, que aparecen de espaldas porque tienen miedo a represalias en sus expedientes. Por eso se escapan de un campamento que está saturado, en pésimas condiciones, que no les da respuestas y que solo les hace esperar. Al final casi les obligan a buscar soluciones fuera de los trámites habituales. Por ejemplo, en las mafias.

Hablando de desconfianza, me quedo con una frase de uno de los protagonistas: ‘Antes nos recibían con besos y ahora ni nos miran o se apartan a nuestro paso’. ¿Qué ha pasado?
Que te cuente eso un niño de 9 años, Amir, que ha venido desde Afganistán y es quien se encarga de su padre porque ha aprendido algo de inglés en los diferentes campamentos en los que ha estado; un niño que soporta ese peso y diga eso es duro. Ha habido un cambio en la percepción de los refugiados. Se les ha criminalizado. Que hayan calado esos discursos de odio ha hecho ese cambio social. No olvidemos que hablamos de un niño que vivía en Grecia, donde había uno de los principales movimientos de extrema derecha como era Amanecer Dorado.

Ahondando en esto. Por lo general los refugiados llegan a las zonas humildes de las grandes ciudades, donde per se ya hay ciudadanos del propio país con menos recursos. Se puede generar un problema de convivencia. No sé si tiene la percepción de que al final, tanto la gente que vive en el propio país como quien viene de fuera terminan siendo víctimas de las decisiones políticas y del sistema.
No creo que existan esos conflictos tan exacerbados entre unas etnias u otras. También hay que tener en cuenta que los refugiados no huyen de sus casas. No se van porque quieran. Se van porque hay una guerra o están perseguidos. Es una cuestión de justicia el acogerles. Está en la Convención de Ginebra, en el Protocolo de Nueva York, en la Declaración Universal de Derechos Humanos. No veo que haya ese tipo de conflictos tan directamente en los barrios.

Otra cosa es que puedas pensar mal de tu vecino porque ha venido de otro sitio. Pero no creo que esté ese conflicto tan en la calle.

Por ejemplo en Grecia y Suecia, donde estaban estos chicos, no tenían problemas en salir a la calle. Estaban integrados y jugaban al fútbol con el equipo del barrio y no tenían ningún problema de convivencia.

Efectivamente, sobre todo los países del primer mundo, tenemos esa obligación. ¿De qué manera se puede presionar para que sean todos los países de la comunidad internacional y no solo Europa, que ya de por sí se involucra poco, los que actúen como uno solo y atajar este problema?
En Europa, que es el ámbito que a nosotros nos toca más de cerca, por desgracia los países no cumplieron con las cuotas de refugiados que se comprometieron a acoger. Simplemente te voy a decir un dato, también porque hemos ido a Suecia a hacer este documental. Suecia en 2015 recibió a 35.000 menores refugiados solos. Ese mismo año, España recibió a treinta. Solo como un pequeño ejemplo de la diferencia que hay de acogida entre unos países y otros.

Cuando estaba haciendo este documental recuerdo declaraciones de ministros de España que decían que no había refugiados que acoger y como no había por eso no se cumplía el cupo. Cuando había en Grecia campamentos llenos de personas.

Lo que es evidente es que los niños no pueden ser quienes paguen los conflictos que ellos ni siquiera han generado o participado. Son una generación entera que ha tenido que salir de países como Afganistán, Siria, Irak y que están pagando todas las consecuencias.

Vamos a girar al plano artístico. Son quince minutos de trabajo definitivo. Pero entre permisos, entrevistas, montaje y los viajes que me comenta hay un trabajo enorme detrás. A mi juicio esa labor de documentalista se valora poco. Quería que me explicara cómo ha vivido todo ese proceso.
Lo más difícil ha sido conseguir los permisos como dices. De hecho el Gobierno griego no nos dio ningún permiso para entrar en los campamentos de refugiados. Por eso en la película el campamento de Moria sale desde lejos. Nos decían que sí, pero dos días antes del rodaje siempre nos decían que no. Y aunque les pedíamos otros campamentos, que se supone que estaban mejor, tampoco nos dejaban.

Con los menores fue complicado también porque están especialmente protegidos por las ONGs que los tutelan o sus padres y hay que ganarse la confianza. Es un trabajo lento que luego se queda en quince minutos. Hay que generar la confianza para poder hacer una entrevista donde te cuenten cosas, porque muchos de ellos no querían recordar todo lo que estaban pasando. También veían a sus padres tristes y deprimidos y eso no es nada fácil.

Por la experiencia de otros documentales íbamos un equipo muy pequeño, con un cámara, una persona que hacía labores de producción y yo, para que los niños estuvieses cómodos. Estuvimos casi tres semanas en Grecia y dos semanas en Suecia.

Nominada en esta edición de los Goya. Aunque el objetivo es visibilizar esta situación, imagino que el reconocimiento académico también se agradece.
Sí. Para mi es mi primera nominación como directora. Ganamos en 2015 con el cortometraje Walls (Si estas paredes hablasen), de Miguel López Beraza. Estuvimos nominados en 2017 con un corto que se llamaba Palabras de caramelo, de Juan Antonio Moreno. Y el estar ahora, mi primera nominación, me halaga muchísimo.

Los premios me ponen muy contenta porque se alegra todo el equipo y toda la familia. Esto es un trabajo que te requiere mucha emoción y corazón y los premios merecen la pena. Con la familia no estás todo el tiempo que quieres porque tienes que viajar y los premios al final son una forma de acercarse.

De todos modos, en su categoría de cortometraje se suele pasar de puntillas. Casi sin tiempo. Que se me entienda la similitud: un poco como la situación de los refugiados, apenas una nota a pie de página en los medios de comunicación.
Ahora sí que creo que están mucho más integrados y se dan igual que a los largos. Antes no entendíamos por qué se nos trataba de forma diferente. Entonces que se haya conseguido eso ya es un paso importante.

También hay que destacar que en los últimos años, las películas españolas que han ido a los Oscar han sido cortometrajes. Si no recuerdo mal, el año pasado estuvo Madre, hace dos años Timecode. Quiero decir, que ha habido cortometrajes que al final son el exponente del cine español. Así que me alegro que en los Goya tengamos ya la misma visibilidad.

Para acabar y volviendo al principio. Me decía que todos sus trabajos tienen que tener una utilidad. ¿Se ve haciendo una ficción con ese objetivo?
(Piensa unos instantes) No (ríe). La ficción no es algo que me llame. Me atrae mucho más el documental porque hay más libertad. Creo que la ficción te amarra más a tener una estructura narrativa. Y en el documental puedes experimentar más. Son personajes reales. Eso te genera un compromiso con ellos que eso no pasa en la ficción. A mí me gusta esa parte del documental, que lleva mucho tiempo hacerlos y creo que eso hay que ponerlo en papel.

Pues solo me queda desearle mucha mierda para este sábado.
Muchas gracias a ti y sobre todo por verte el documental (sonríe).