Era una tarde de las de antes. De ésas de transistores y carruseles. Media Liga se dirimía entre el Metropolitano y San Mamés y el país entero andaba abducido por la mística de esos finales de incierto desenlace y emociones en tropel.
Pero hete aquí que en la exclusiva fiesta del balompié hispano se coló un invitado de excepción para reclamar su cuota de atención. Y solo precisó para ello de una raqueta y una descomunal fuerza de voluntad.
Se llama Rafael Nadal Parera y acababa de conquistar su décimo título en Roma. Lleva más de media vida convirtiendo cada primavera en un mosaico de éxitos sobre tierra batida. Hace apenas un par de semanas, Zverev le sometía en Barcelona y hacía reverberar el manido soniquete de su presunta cuesta abajo.
En la Ciudad Eterna, sin embargo, dio buena cuenta primero del espigado germano, y luego de Djokovic. ¿Entienden ahora que entre gol y gol se colase la raqueta de este genio universal?