Las imágenes que está dejando estos días el volcán de la Cumbre Vieja, en la isla de La Palma, son dantescas. Vidas, años de inversión, arrasadas por el fuego. Sueños e ilusiones sepultados por una lava que no conoce límites. Una muestra de lo insignificante que es el ser humano ante las fuerzas de la naturaleza, que cuando se desatan son capaces de llegar a provocar el fin del mundo, tal y como lo conocemos. Esperemos que no.

Lo que sí debería terminar es la carrera política de la ministra de Industria y Turismo, la socialista Reyes Maroto, que no tuvo mejor momento para decir en Canal Sur Radio que había que aprovechar esas impactantes estampas volcánicas “como reclamo para los turistas que quieran ver este espectáculo tan maravilloso de la naturaleza. Que los turistas puedan viajar a la isla y disfrutar de algo inédito de poder ver en primera persona”. Que la empatía de este Gobierno brillaba por su ausencia era obvio, pero que sea tan evidente en un momento desgarrador es terrorífico.