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Magnanimidad

“Comprendo que pueda haber ciudadanos que tengan reparo sobre esta decisión que puede tomar el Gobierno de España, por los hechos que se han producido en Cataluña. Pero les pido que tengan confianza porque tenemos que hacer una apuesta por la convivencia y por la reparación de esos errores. La sociedad española tiene que transitar de un mal pasado a un futuro mejor y eso implica magnanimidad”.

Esto decía hace justo una semana el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, sobre los indultos que su Ejecutivo va a facilitar a los golpistas catalanes, que en octubre del año 2017 declaraban de forma unilateral la independencia de la región catalana, subvirtiendo el orden constitucional y la legalidad vigente.

Un Golpe, el del 1 de octubre, que primero paró el Rey Felipe VI en su discurso para la historia del día 3 de octubre, y años más tarde el Tribunal Supremo, que dictó sentencia contra un acto donde, no olvidemos, se malversó dinero público. Es decir: su dinero y el nuestro, que pagamos vía impuestos.

Casi cuatro años después, y con el único objetivo de mantenerse en La Moncloa a toda costa, Pedro Sánchez va a cruzar el Rubicón de la traición, una vez más. Y no solo al país, sino a sus propias palabras, pues en 2014, como secretario general del PSOE, acusaba al entonces presidente Mariano Rajoy, de “haber utilizado el indulto más de lo debido y los indultos políticos deben acabar en nuestro país”. En 2015, Sánchez abordaba que “la regeneración democrática es poner fin a indultos políticos, limitar mandatos y listas cremallera”. Y ya en 2019, tras la sentencia del Tribunal Supremo, reiteraba que “el acatamiento de la misma significa su cumplimiento íntegro”.

Que Pedro Sánchez es un mentiroso, desgraciadamente no admite dudas. De hecho los españoles, como su señoría pedía hace una semana, hemos sido magnánimos una y otra vez con sus embustes y esa superchería de galán trasnochado, capaz de protagonizar un ridículo interplanetario como el de su “encuentro” con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, este lunes en la cumbre de la OTAN. El problema, como siempre, es que su ridículo es el ridículo de todos, pues para bien y sobre todo para mal nos representa dentro y fuera de las fronteras, esas que además son un coladero y no se respetan ni desde el Gobierno.

Pedro Sánchez nos ha llevado a una humillación tras otra con sus mentiras patológicas. Lo preocupante es que se las cree. Vive en una suerte de universo paralelo, donde mantiene encuentros en la cumbre con mandatarios poderosos, y los golpistas son hombres de paz que no declararán de nuevo la independencia malversando dinero público. La cruda realidad es bien distinta y aún así somos magnánimos.

Con estos indultos, que vienen a decir que da igual ciscarse el Estado de Derecho pues el presidente todopoderoso te salvará siempre que seas ‘amigo’, Sánchez va a vejar la figura del Rey, que sí cumplirá con la Constitución y los firmará, como es preceptivo; va a mancillar al Tribunal Supremo, contrario a los indultos pues no se dan las causas para esta figura de gracia; y va a zaherir y pisotear de nuevo la dignidad de la sociedad española, a la que pide magnanimidad, mientras consiente que la luz se pague a precio de oro y la gasolina como caviar ruso.

Nos pide ser magnánimos con quienes han roto la convivencia en una región, otrora potencia económica y hoy arruinada. Nos pide ser magnánimos tras hipotecar nuestro futuro con una deuda del 125% del PIB. En definitiva, nos pide ser magnánimos quien practica la mentira y la humillación como forma de hacer política.