René Magritte. ‘El gran siglo’, 1954

Surrealista, ilusionista, perturbador, el precursor del pop… René Magritte tuvo muchos calificativos a lo largo de su vida. Tantos como obras de arte, que desde el 14 de septiembre al 30 de enero de 2022 podrán verse en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, gracias a la exposición La Máquina Magritte.

Patrocinada por la Comunidad de Madrid y comisariada por Guillermo Solana, director artístico del museo, la muestra está dividida en siete secciones: ‘Los poderes del mago’, ‘Imágenes y palabras’, ‘Figura y fondo’, ‘El cuadro y la ventana’, ‘El rostro y la máscara’, ‘Mimetismo’ y ‘Megalomanía’. En total, la exposición reúne más de 90 pinturas, junto a una selección de fotografías y películas caseras realizadas por el propio artista.

El título de este compendio de obras del belga, La máquina Magritte, destaca el componente repetitivo y combinatorio en la trayectoria del pintor, cuyos temas obsesivos vuelven una y otra vez con innumerables variaciones. Su desbordante ingenio dio lugar a un sinfín de composiciones audaces y de imágenes provocativas, capaces de alterar nuestra percepción, cuestionar nuestra realidad preconcebida y suscitar la reflexión.

EL ARTE DE PENSAR

Fruto de esa pausa nace lo que Magritte definió como el arte de pensar. A pesar de su conocida oposición al automatismo como procedimiento central del surrealismo, parece conferir un valor intelectual a la despersonalización y la objetividad de esa autorreproducción de su obra.

La máquina Magritte, pues, no es coherente y cerrada como un sistema, sino abierta como un procedimiento heurístico, de descubrimiento; y es recursiva, porque las mismas operaciones se repiten una y otra vez, pero produciendo cada vez resultados diferentes.

Lo que se nos revela en el cuadro, por contraste o por contradicción, no solo es el objeto, sino también su representación; el cuadro mismo. Cuando la pintura se limita a reproducir la realidad, el cuadro desaparece y solo reaparece cuando el pintor saca las cosas de quicio: la pintura solo se hace visible mediante la paradoja, mediante lo inesperado, lo increíble, lo singular.

Y de ahí el mito del mago, el ilusionista hecho pintor, capaz de hipnotizar con sus trazos. No en vano, Magritte fue un devorador de la obra de Lewis Carrol, autor de Alicia en el país de las maravillas. Un rompedor con el surrealismo clásico, que como Dalí al otro extremo de Europa, revitalizó este movimiento que se puede ver en retrospectiva en el Thyssen.