El apagón que encendió otras luces

Todo no fue malo. Ni mucho menos. Sí se atragantaban las horas por la angustia y cierta claustrofobia que generó quedarse de golpe sin algo que hasta ese momento era incuestionable: la luz, el móvil, la conexión. Pero hubo una cara ‘B’ (de ‘buena’ en esta ocasión), una hermosa vuelta de tuerca, una mirada hacia dentro que sonaba con una melodía en parte poética y hasta con algún tono cercano al azul que apacigua.

Los niños jugaban en las calles, en los parques, en las escaleras y en los portales; jugaban en todos los lugares que se prestaban o permitían a la imaginación montar una portería. O póngase el juego que se quiera, es un ‘portería’ sustituible, intercambiable, genérico.

Respiraban la angustia del adulto, es verdad, pero en mucha menor medida de la que esos pequeños respiran habitualmente: la que nace de la prisa y la ausencia de tiempo y de estar a medias porque el teléfono suena, o una notificación o un mensaje o una alarma requiere su inmediata atención, o hay un correo que enviar y que urge más que devolver el balón a la hija o empujar el columpio del niño.

Tuvo que haber un apagón para que se encendieran otras luces. Esa fue una. Otra, también de una hermosura propia de lo efímero y más infrecuente aún, la dio la gente leyendo sentada en bancos en las calles. Daban ganas de hacer fotos, inmortalizarlo, para que no suceda como ha sucedido y que no quede ni el recuerdo.

El pasado se iluminaba y arrojaba imágenes no tan lejanas de mujeres, hombres, jóvenes y hasta adolescentes leyendo mientras caminaban con esa maravillosa y única (no es comparable a una serie, quienes leen lo saben) sensación de no poder abandonar la lectura. Se borró como se fue la luz.

Los pisos se fueron iluminando, las casas, los edificios, las habitaciones y los salones, todo se llenó de luz, y ¿qué fue lo primero que se hizo? Tras escribir o llamar y cerciorarse de que todos estaban bien, ¿se acordaron del libro abierto, del juego sobre la mesa con la partida a medias, la conversación llena de vida sin interrupciones?

Todos sabemos en nuestro interior cuál es la verdad de cada cual, y cuánto de aquello nos puede servir para crecer, para caminar, para salir de donde no hay ilusión ni tiempo ni espacio ni lugar para lo que reclamó su espacio. Lo que nos hace mejores como personas y más felices. La pregunta no es de las que pueden esperar: ¿seremos capaces de conservarlo?

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