
Siempre que algo nos obsesiona, y para mal, hasta el punto de marcar nuestro carácter y nuestra manera de vivir, guarda una estrecha relación con quiénes y cómo somos.
Quien no hace trampas suele vivir tranquilo y hasta de manera ingenua pensando que no le van a hacer trampas a él o a ella, porque no entra en su imaginario. Igual que esa máxima que probablemente con mucha sabiduría señala a los muy celosos como muy dados al engaño. Resulta pues muy probable que aquello que hacemos mal sea lo que más tememos que nos hagan.
Supongo que en general a cada cual le tocará alguna tecla, no somos un dechado de ejemplaridad, pero quiero pensar, los hechos así me lo han ido demostrando, que mientras uno no sea malvado, porque la maldad existe, no estará inmerso en un estado de pánico y paranoia que lo lleve a atacar y defenderse de gigantes que no son más que molinos que siempre estuvieron ahí.