Hasta que el Príncipe de las Tinieblas y la fontanería monclovita, trabajando codo a codo en pos de la destrucción del PSOE, no se pusieron a buscar con ahínco a alguien que pudiera descomponer al PSOE aún más de lo que lo hizo Rodríguez Zapatero, Pablo Iglesias “no era más que un radical excéntrico de moqueta y facultad de Políticas que frecuentaba el circuito de las televisiones marginales al borde de la legalidad”.

Como muy bien apuntaron el Príncipe de las Tinieblas y su mayordomo, cargado con La Razón, que no de razón, el sándwich PP-Podemos, su invento de laboratorio vestido con un estudiadísimo desaliño, les había salido de maravilla para destrozar al PSOE sumiéndolo en una crisis de identidad, de ideas y de programas de muy difícil solución. Aunque no sabemos si estos aprendices de brujo político habían calculado que, como le pasó a Miterrand, para acabar con una presunta bestia, crearon otra aún peor. Miterrand creó de la nada a Jean Marie Le Pen y a su vástago y epígona, Marine Le Pen, en detrimento primero del PCF y después de Partido Socialista Francés.

mariano rajoyLos fontaneros de Rajoy, con el concurso de A3 Media, han creado a Pablo Iglesias, en detrimento del PSOE. Y como el Lenin prerrevolucionario, que aceptó la ayuda financiera y logística alemana, hace justo un siglo, para desembarcar en San Petersburgo como agitador con el objeto de sacar a Rusia de la I Guerra Mundial, Pablo Iglesias aprovecha la ayuda que le prestan al alimón A3 Media y la fontanería monclovita para seguir ganando posiciones de cara al golpe definitivo.

Sin embargo, la izquierda, y particularmente la extrema izquierda, ya no es lo que era pasados 100 años, y enterrados de 100 millones de muertos. Hace 100 años, cuando aún no existían ni el GULAG, ni la hambruna de Ucrania, ni los campos de reeducación, ni Camboya, ni Corea del Norte, ni Venezuela, había quienes sostenían de buena fe que el comunismo o cualesquiera de sus variantes eran sistemas moralmente superiores a la democracia liberal y la economía de mercado. De ahí que la extrema izquierda española –salvo los anticapitalistas, que siguen a pies juntillas las tesis de Lenin tanto en lo que toca a la economía como al derecho político y que han dado la nota discordante en la previa del debate de la moción de censura suscribiendo las tesis independentistas catalanas—, representada hoy por Pablo Iglesias, no hable con claridad ni de modelo de Estado, ni de modelo político, ni de modelo económico ni de cómo se resuelve el problema de las pensiones.

La nueva izquierda ya no habla de ideas que los españoles conocen demasiado bien. Sólo habla de dádivas y subsidios para los más desfavorecidos que, presuntamente, pagarán los más ricos, y que siempre acaban pagando los más pobres. Todo son promesas de prebendas gratuitas que, presuntamente, se financiarían con la erradicación de la corrupción y con el encarcelamiento de quienes se aprovecharon de su cargo público para engordar su faldriquera. Una gran farsa para la que han empleado fraudulentamente dos parlamentos, el de la Comunidad de Madrid y el de la Nación, con el único objeto de salir en la tele, el deporte y pasatiempo favorito de Pablo Iglesias, y de descolocar al PSOE.

De ahí que, en las dos mociones de censura que han ensayado contra gobiernos del Partido Popular –el de la Comunidad de Madrid, presidido por Cristina Cifuentes; y el de la Nación, presidido por Mariano Rajoy—no hayan aportado soluciones concretas y creíbles contra los males de la corrupción, de la pobreza o de la precariedad laboral. Y cuando las aportan, espantan; como en el caso del rechazo podemita a las donaciones de Amancio Ortega, el propietario de Inditex, para combatir el cáncer.

Mucha, muchísima suerte tienen los palmeros de Rajoy y de Cristina Cifuentes, de que el pueblo español es muchísimo más sensato y consciente de cuáles son sus verdaderos intereses. Por eso los toleran, no por sus méritos como gobernantes, y los votan como mal menor. Porque ven que estamos saliendo de la crisis, porque el empleo se recupera y porque parece que, tras casi diez años de penurias, vuelve la prosperidad. Y sobre todo, porque lo que hay enfrente da una mezcla de miedo y de risa. Porque es un subproducto de la perpetua endogamia de la universidad pública pasado por la retórica del zasca, el insulto y el chascarrillo, materias primas de la telebasura. Por eso, más que mociones de censura, a lo más que llegan Pablo Iglesias y sus cuates son a mociones de telebasura.