Podrá decirse que es un cliché, incluso un estereotipo: “¿Los políticos? Unos vagos”; o “ cómo viven y sin dar palo al agua”; y un clásico: ¿político ése? Ese es un ladrón”. Y así hasta un largo etcétera de afirmaciones que seguro, lector, ha oído o en su defecto expresado cuando en su grupo de amigos, trabajo o familia sale a relucir el debate político.

En algunos casos hay demagogia. Cierto. No se puede generalizar. Pero es que el momento actual es de traca. No es casual que el último barómetro del CIS -y miren que hay que cogerlo con pinzas al señor Tezanos- señale a la clase política como el segundo problema para los españoles. Sobre todo por el esperpéntico ejemplo que están dando a toda la sociedad.

Los españoles ya hicimos nuestro trabajo democrático hace tres meses. Cumplimos y en las urnas dijimos que se necesitaba pactar. Que el monocolor era cosa de otro tiempo

¿Qué clase de gente nos gobierna? Por ejemplo: han pasado tres meses de las elecciones nacionales y seguimos sin Gobierno porque el ego de sus señorías está por encima de los problemas y los intereses de los españoles. Hoy están cerca del pacto y mañana se rompen negociaciones. Lamentable la imagen ya no solo dentro del país sino al exterior. Y la amenaza de una repetición de las elecciones cada vez se cierne más sobre el horizonte.

Los españoles ya hicimos nuestro trabajo democrático hace tres meses. Cumplimos y en las urnas dijimos que se necesitaba pactar. Que el monocolor era cosa de otro tiempo. Sin embargo la altura de nuestros representantes es bastante baja. Por no decir bajísima.
Con prepotencia y chulería no se puede gestionar el interés común. Y esos dos atributos están muy presentes en nuestro presidente en funciones, un maquiavélico dirigente al que solo le motiva el poder. Nada más. Y por supuesto no quiere compartirlo, en contra de la voluntad de todo el país.

La situación actual que atravesamos es solo una extensión más de la frase de Robert Louis Stevenson que decía: “La política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación”. O tirando de orgullo patrio, aquella expresión de Don Camilo José Cela: “La Historia nos enseña dos cosas: que jamás los poderosos coincidieron con los mejores, y que jamás la política fue tejida por los políticos”.

En esas estamos hoy, en julio de 2019. Donde la voluntad del pueblo se está viendo nuevamente pisoteada. Una democracia -partitocracia- ‘secuestrada’ por los intereses de los partidos políticos que en el ámbito local, eso sí, se han puesto de acuerdo para subirse el sueldo de entre un 20 y un 25%, según los casos. Ahí sí hay consenso. Es la paradoja donde el empleado (el político de turno) exprime a su jefe (el ciudadano) que permanece impasible, hasta anestesiado ante esta situación insostenible.

Piénsenlo. Un presidente del Gobierno y 17 ministros, más el secretario de Estado, subsecretario y director general. Eso multiplicado por comunidades autónomas, provincias y ayuntamientos. Un negocio a escala nacional que día sí y día también vemos desfilar ante nuestras narices. Y tienen la desfachatez de no ponerse de acuerdo y seguir engrandeciendo el segundo problema de este país, que a marchas forzadas es nuestra vergüenza nacional.