
La Navidad y el compromiso con las familias olvidadas
Desde hace siglos la Navidad es el tiempo en el que la familia se convierte en el centro. Es la época en la que los hogares se llenan de luces, villancicos y cenas y comidas y alegría, y en la que los niños son quienes más disfrutan con su ingenuidad intacta y su espera a los Reyes Magos.
Sin embargo, detrás de la alegría que inunda nuestras calles y todas esas iluminaciones que hacen de los escaparates auténticos espectáculos de luz y color, existe una realidad que no podemos ignorar: miles de familias en España afrontan estas fechas sin recursos, sin certezas y, en demasiados casos, sin la posibilidad de ofrecer a sus hijos una mesa con algo más que lo mínimo o un regalo. Sí, uno sencillo valdría para muchos.
La esencia de la Navidad no está en el consumo desmedido ni en la ostentación ni en las apariencias ni en una insana competición a ver quiñen tiene la mejor o más aparente cena o fiesta, sino en la capacidad de compartir y en la fuerza de la familia, y todas valen, que nadie entienda el término más convencional y menos inclusivo, como núcleo de nuestra sociedad. Lo importante es recordar o tal vez en algunos casos aprender que cuando una familia sufre, toda la comunidad se resiente.
Las instituciones tienen la obligación de garantizar que nadie quede atrás, pero la responsabilidad no es solo política. También corresponde a cada ciudadano, a cada empresa y a cada comunidad local tender la mano a quienes más lo necesitan. La caridad, la ayuda mutua y el voluntariado son valores profundamente arraigados en nuestra cultura, y en estas fechas adquieren un significado especial.
No podemos permitir que la Navidad se convierta en un escaparate vacío de solidaridad. Es el momento de recordar que la verdadera riqueza de un país no se mide únicamente en cifras económicas, sino en la capacidad de sus ciudadanos de cuidar unos de otros. Que cada empresa que celebra sus beneficios piense en cómo puede contribuir a aliviar la necesidad de muchas familias. Que cada hogar que disfruta de abundancia se pregunte qué puede hacer para que otro hogar tenga, al menos, un motivo para sonreír.
La Navidad nos invita a mirar más allá de nosotros mismos. Nos recuerda que la esperanza nace cuando compartimos, que la unión se fortalece cuando pensamos en el prójimo, y que la familia —sea cual sea su situación— merece ser protegida y acompañada.
Porque una comunidad que se desentiende de sus más vulnerables pierde su futuro.