Rubiales y Hermoso, dos caras de un juicio mediático convertido en circo político

La Audiencia Nacional ha dado inicio al juicio contra Luis Rubiales por el beso a Jenni Hermoso en la celebración de la final del mundial femenino

La imagen de Luis Rubiales besando a Jenni Hermoso tras la final del Mundial Femenino de 2023 se convirtió en el inicio de un terremoto mediático y judicial que pocas veces se ha visto en la historia de nuestro país. Ha pasado cerca de un año y medio y, lejos de apagarse aquel incendio, la historia ha desembocado en un juicio digno de una trama de novela. De novela mala.

Y es que ahora mismo no estaríamos así de no haber habido intromisión política, que, como siempre, marchita todo lo que toca. Porque lo que en un principio podía haberse resuelto con una disculpa sincera y sin tanta teatralidad ha derivado en un espectáculo sin precedentes. Un país que, mientras atraviesa desafíos económicos, sociales y de seguridad, dedica recursos a un proceso que parece más un ajuste de cuentas político que una causa penal legítima. ¡Ojo! Esto no significa que haya que deslegitimizar a la víctima.

Un error y una reacción desproporcionada

No cabe duda de que Rubiales tuvo una actitud inapropiada. Más propia de un personaje de comedia que del presidente de una de las instituciones deportivas más importantes a nivel nacional e internacional. O al menos lo era hasta ahora. Su comportamiento en la entrega de medallas fue grosero, arrogante e impropio del cargo que ocupaba al frente de la Federación Española de Fútbol. Su resistencia inicial a reconocer el error y su tozudez al aferrarse al cargo no hicieron sino empeorar la situación.

Sin embargo, de ahí a sentarle en el banquillo de los acusados por agresión sexual media un abismo. No hablamos de un caso de violencia física, de abuso sistemático ni de acoso continuado. Hablamos de un beso impulsivo y desafortunado que, si bien repetimos, fue inapropiado, difícilmente puede justificar una respuesta judicial de este calibre. Pero si Rubiales ha actuado con torpeza, tampoco Jenni Hermoso ha estado libre de responsabilidad en la escalada de este asunto.

En un primer momento, sus declaraciones restaban importancia al beso. Posteriormente, cuando la maquinaria política y mediática se puso en marcha, su relato cambió radicalmente. ¿Hasta qué punto fue presión externa y hasta qué punto fue una decisión propia? Es legítimo que se sintiera incómoda, pero también es evidente que la indignación ha sido amplificada por sectores que han encontrado en este caso la oportunidad de reforzar su discurso.

Un juicio con más carga política que judicial

La reacción de las instituciones ha sido desmesurada. Se ha tratado el caso por encima incluso de otros mucho más graves que sí necesitaban esta atención. Todo en un intento claro de convertir un incidente en un símbolo de la lucha feminista. Mientras tanto, los problemas reales de la justicia, como así a bote pronto, la politización del poder judicial, quedan en un segundo plano.

España está asistiendo a un juicio que no responde a la proporcionalidad que debe regir en un estado de derecho. Se está juzgando algo más que un beso: se está juzgando un contexto político, una batalla cultural y una guerra de narrativas en la que la justicia se ha convertido en un arma más.

El deporte debería ser un espacio de unión, no de confrontación. Rubiales ha pagado un merecido y alto precio por su arrogancia, pero el castigo mediático y social que ha recibido es ya suficientemente ejemplarizante. No podemos permitirnos que la ley se utilice para dirimir cuestiones que deberían haberse resuelto con sentido común y sin el afán de convertir a un hombre en el villano perfecto y a una mujer en la víctima absoluta. Cordura, por favor.

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