Si nos dejamos ganar en esto, no será solo una batalla la que habremos perdido

El escenario de la actualidad es tan apabullante que mientras uno lee una ‘alerta’ de un medio ya hay otro que ha sacado otra que invalida o actualiza la que se tiene delante. Y todo es escándalo, protesta, pelea, lucha, guerra, una especie de batalla imposible de gallos y gallinas, que no cesa. Pero sobre todo: escándalo. Y corrupción, en todas sus ramificaciones y posibilidades. Da risa pensar en los tiempos que la prensa rosa era el nido.

Es un ruido tan constante que produce miedo pensar en la posibilidad de que suceda lo mismo que ha acabado sucediendo con la imagen. Con la terrible, sensacionalista, descarnada imagen. Porque no es que haya habido una sobreexposición a la belleza. Ojalá. Lo avisaba Susan Sontag: si traspasamos líneas con imágenes y constantemente vemos terribles escenas, el ojo y lo que es peor la conciencia se acostumbran, se adormecen y acaban no generando impacto alguno en el que mira. Cero emociones. Una manera de ‘desempatía’.

Hace años, tal vez ya haga unos cuantos, era muy poco frecuente ver imágenes duras, difíciles, terribles, descarnadas y morbosas, o al menos no era lo habitual. Hoy es lo normal y es la norma. Y el resultado ha sido lo que predijo Sontag: la costumbre ha generado indiferencia.

¿Es posible que ocurra igual con los escándalos y la corrupción de los que día tras día somos sobreinformados o infrainformados según se mire (y dónde se mire), pero apabullados ante tantísimos «minuto a minuto»? ¿Y si resulta que incluso ya nos hemos adormecido y ni siquiera nos roza lo que ocurre?

Al principio de este culebrón, por desgracia de no ficción, exclamábamos y nos sorprendíamos ante lo que ocurría. Ahora escuchamos que tal o cual persona ingresa en prisión o está denunciada por acoso sexual y apenas nos sorprende. A veces ni lo comentamos. Debería ocuparnos esta indiferencia. No vale con que se pida una disculpa con cara de pena y a continuación el siguiente que iba a ser nombrado para un puesto relevante en el gobierno esté empozoñado y con temas nuevamente relacionados con acoso sexual.

Es alarmante. No importa que no sea nuestra culpa o que unos u otros no hayan votado al PSOE, o para ser del todo precisos: a Sánchez, porque el PSOE es otra cosa, y por tanto no sientan responsabilidad. La responsabilidad es social y tiene que ver con el análisis, la mirada, la pausa, la reflexión, la necesidad de dar la dimensión que tiene a lo que ocurre. Y sorprendernos, indignarnos incluso, eso no es perder el control. Si nos dejamos ganar en esto, no será solo una batalla la que hayamos perdido.

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