El relato: «Cerrar los ojos para no dormir»

Hubo un tiempo en el que en consulta, tarde tras tarde, su psicóloga y ella trabajaban en mantener el nivel de expectativas bajo. De aquello hace más de veinte años. Y no dejó que volviera a subir. Lo mantuvo a raya desde que aprendió cómo dominarlo para que no se disparara. Odiaba el cuento de ‘La lechera’, pero lo odiaba porque hubo mucho de aquella historia en ella. Soñaba, ideaba, planificaba, esperaba, deseaba y proyectaba grandes realidades que sucederían tal cual ella las imaginaba. De niña pensaba que de mayor sería fácil conseguirlo, porque los mayores le parecían personas libres y poderosas, con una autoridad y una fuerza capaz de lograr lo que quisieran.

Su psicóloga, la misma que ahora: no ha cambiado ni ha dejado de ir jamás, sabía muy bien lo que hacía con aquellas largas sesiones dedicadas a rebajar el nivel de expectativas. Lo hizo suyo Blanca y lo llevó a la práctica, y a fuerza de practicarlo lo incorporó. Hasta que ya no se atrevía siquiera a pensar en algo que no tuviera o estuviera o fuera parte de su presente.

En todo este tiempo ha sido la primera vez que ha levantado un poco la fuerte barra con las que mantenía bien abajo las expectativas. Se permitió el lujo de imaginarse más de una temporada en escena. Y hasta con un papel protagonista. Como un golpe seco que te corta el aire y que no permite siquiera las lágrimas ha tenido que dejar de hacer lo que se había atrevido a hacer porque no podía compaginarlo.

Ella sabe que sí podía, pero eso no importa ni ha importado. Lo que contaba era que no podía mantener su otro trabajo si seguía actuando en el teatro. Sospechó que él, su ex, tuviera algo que ver en ello, como otras veces, y hubiera provocado que de manera tan repentina no tuviera ya espacio para ir a representar la obra.

Fue más breve que un sueño. Y un despertar que le está costando digerir. Lo que no entiende no puede procesarlo ni asumirlo. Solo un día, el estreno, eso ha durado. Y la maravilla de sensaciones y emociones que tuvo durante el día siguiente. Hasta que llegó el mensaje, una hora apenas antes de tener que salir para el teatro. Tenía que atender su trabajo, su otra ocupación, y no había posibilidad de cambiarlo.

Cuando vio el mensaje, antes de abrirlo, imaginó varias posibilidades, ninguna era la que fue. Tan inesperado. Llevaba todo el día dejándose mecer por sueños, ideas, proyectos, imaginando cómo podría ser su futuro.

Leyó aquellas letras, pocas y escuetas, y no pudo ni siquiera llorar. Ni de pena ni de rabia. Ese bloqueo que tan bien conocía se le metió bien adentro, y sintió el hielo cortante de la decepción, del castigo que llega sin haber hecho algo que lo pueda hacer más llevadero, más entendible.

Un poco lloraría, pero se siente una ingrata si lo hace y no lo hace. Le gustaría poder explicar a alguien lo que siente y cómo lo siente y lo que duele y araña y lo profundo que le toca. Retiene y piensa en que debe valorar lo que tiene, porque podría perderlo.

Ojalá pudiera hacer ruido con sus pasos y pisar fuerte y decir y decir y volver a decir. Clamar por lo que es justo y cierto, pero no puede. No debe. Aunque sea más que no puede.

No es nuevo, nunca encuentra consuelo cuando entra en esa tristeza que detesta y que teme. Es la emoción que más miedo le da. La tristeza. Por tristeza ha corrido, ha saltado, y hasta se ha jugado la vida. Por no sentirla. Ella y su tiovivo, la noria, la montaña rusa, el balancín

Vivir sin expectativas no era malo. Dolía mucho menos. Ahora duele. Y odia ese dolor que es la tristeza. No se enfada ni idea un plan, aunque sepa cuál sería la manera hábil de intentar reconducirlo. Siente algo muy parecido a la humillación, a tener que bajar la cabeza y dar las gracias a quien esgrime una buena dosis de injusticia y que ignora completamente el daño que ocasiona. Es normal que la gente lo ignore. Ella es muy floja, se dice y se mira desde fuera y así es como se ve. Porque Blanca puede hacer cosas de ese tipo: verse desde fuera.

Se quiere hacer la fuerte delante de su abuela, y cree que lo está logrando, que aunque sepa o intuya que le duele, no le deja ver hasta dónde.

Está haciendo un gran papel de disimulo, le ha dicho que prefiere no estar con las dos cosas a la vez, porque le resulta demasiado cansado y estresante. Su abuela ha asentido tras un intento de comentarlo tajantemente cortado por Blanca.

Está cansada y tiene sueño. Son las seis de la tarde de un día que no habrá actuación ni posibilidad de soñar con otra. Está cansada de apretar los dientes y hacer que no le duele y que está agradecida por la vida y por su presente. Se niega a permitirse el lujo de la autocompasión. Cierra los ojos. No se duerme.

 

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