El artículo 27 de la Constitución española consagra el derecho a la educación. «Los poderes públicos garantizan el derecho de todos a la educación, mediante una programación general de la enseñanza, con participación efectiva de todos los sectores afectados y la creación de centros docentes», dice el texto en su punto cinco.

Y añade en el punto seis: «se reconoce a las personas físicas y jurídicas la libertad de creación de centros docentes, dentro del respeto a los principios constitucionales».

Es decir, los padres de nuestra democracia, hace más de cuarenta años, consagraron la libertad de enseñanza para todos los españoles. Que hubiera una educación pública y otra privada, para que cada uno pudiera elegir conforme a sus intereses y posibilidades. La libertad tiene ese defecto de la elección, sí -nótese la ironía-.

Esa dualidad fue rebautizada en el año 1985, con la Ley Orgánica reguladora del Derecho a la Educación (LODE), que instauraba la educación concertada por la falta de recursos públicos del Estado para dar una educación a los alumnos. Nacían los centros privados sostenidos, en una parte, por fondos públicos.

1985. Cuando gobernaba España el PSOE de Felipe González. 35 años después, otro PSOE bien distinto se quiere cargar a su hija concertada, a la que ha dejado fuera de las ayudas estatales para paliar los efectos del coronavirus en la educación.

La diferencia entre el socialismo de los ochenta y gran parte del actual es clara: la libertad. El de entonces era más libre que el de ahora. Pues hoy, en pleno siglo XXI, el PSOE -erróneamente- ha cedido su supervivencia al comunismo bolivariano y sectario de Unidas Podemos. Un partido que nada tiene que ver con la realidad europea (a qué espera la socialdemocracia comunitaria y patria para abrir los ojos de una vez, ante el macho alfa lobo con piel de cordero).

El afán morado por destruir los consensos, que han dado a este país su mayor periodo de estabilidad, ha arrastrado a buena parte del socialismo, que a buen seguro recurre a la concertada para educar a sus hijos. Pero eso en público, no lo reconocerán.

Ya se sabe que comunismo y libertad son como el fuego y el agua. No casan. Uno destruye y sobre el otro se crea vida. A la socialdemocracia no le va bien cuando se pega tanto a éstos. En definitiva, a ningún país que quiera vivir en paz y libertad le sienta bien la contaminación del comunismo.

Y ese es el problema, que ministras, como la señora Celaá, se hayan abrazado (o utilizado al PSOE) a ese dogma, que amenaza con dejar tirados a más de dos millones de alumnos. Sin contar profesores que irán al paro, centros que cerrarán y un sistema público quebrado, incapaz de absorber a todo ese alumnado y profesorado.

Los padres de la Educación Especial lo advirtieron. Preparaos, que Celaá y compañía vienen con la hoz y el martillo a por nuestros hijos y los siguientes seréis vosotros. Y qué rápido se ha cumplido su aviso. El que avisa no es traidor, pero el que gobierna, 35 años después, sí lo es.