El Plan Antibandas puesto en marcha por la Delegación del Gobierno en Madrid a principios de febrero, tras el asesinato el mismo día de dos jóvenes a manos de pandilleros, cumple esta semana 10 meses con un balance de unos 86.000 identificados y 800 detenidos. Hasta ahí, todo bien. Diríase, incluso, que estamos ante el fin de esta lacra. Desgraciadamente, todo lo contrario.

Ya no son hechos puntuales, sino la punta de un iceberg gestado desde hace más de una década por políticas basadas en una suerte de tolerancia con el intolerante, de alfombra roja para el delincuente. ¿Por qué? Porque la voluntad de la Ley se ha retorcido tanto, que hoy es apenas una sombra del espíritu que debería imperar.

Hay crimen, pero no castigo; y las consecuencias las pagamos los de siempre, aquellos a los que la violencia nos echa poco a poco de las calles, mientras una casta política es incapaz de atajar el problema de raíz. Partiendo desde la Educación. No hay un programa basado en el esfuerzo, la concentración, la dedicación, sino un plan de barra libre de suspensos, para engendrar las generaciones más idiotas y violentas de nuestra historia. Lo que pasa que el monstruo es indomable y ahora usa las pistolas para resolver sus cuitas.

No se resignen ante esta espiral de violencia que vivimos. Sigue estando en nuestra mano cambiarla, empezando por un pequeño gesto como leer, de ahí a pensar, reflexionar, respetar al de al lado como si fuera uno mismo y, por último, votar

Torcida la Ley educativa, hay que recordar que un país que no respeta sus fronteras, no se respeta a sí mismo. Teníamos a Francia de ejemplo, incluso Bélgica, con barrios tomados literalmente por los bárbaros. Pensamos que a nosotros no nos sucedería, pero si importas violencia, violencia tendrás. ¿Qué esperaban si nos gobiernan los amigos de dictaduras como la venezolana y cubana, dos de los países con más crímenes de todo el mundo? Nulo aprecio por la vida y una cultura de la violencia tragada con embudo día sí y día también.

Luego está la economía. Un país en constante crisis, generador de pobreza desde las propias instituciones, es un caldo de cultivo para que las mafias y bandas criminales echen sus redes y pesquen a jóvenes sin futuro y desesperados, provenientes de familias desestructuradas porque, en nombre de la modernidad, el concepto de familia se ha ido desprestigiando (también desde las instituciones) a una velocidad pasmosa.

Luego está la Ley del Menor, un insulto a la ciudadanía española. Barra libre, precisamente, para que las mafias capten a los menores con los que perpetrar delitos, pues saben que al día siguiente de ser arrestados estarán en la calle, campando de nuevo a sus anchas.

El resultado es el de Alcorcón y Fuenlabrada hace apenas 72 horas. Ahí, en las puertas de nuestras casas; en nuestras calles de toda la vida. Todos los diques de contención han fallado: Educación, Seguridad y Economía. El Estado de Derecho, en definitiva.

Los parches son insuficientes ante la hemorragia de violencia que vemos a diario y que, por desgracia, no tiene visos de parar. Con le ley en la mano esto se atajaría, pero ni el Gobierno respeta la norma Suprema como la Constitución. Sin embargo, no se resignen, sigue estando en nuestra mano cambiar esta espiral, empezando por un pequeño gesto como leer, pensar, reflexionar y, finalmente, votar.