José María Guelbenzu: «He pretendido hacer una escritura que esté a la altura de mi ambición literaria, que es una ambición casi satánica»

Nos recibe el escritor en su casa, donde un hermoso galgo parece hacer juego con la belleza de la estancia. «No ladra nunca», nos dice este amante del lenguaje y la alta literatura y de cuya última obra, Una gota de afecto (Siruela), ha escrito Mainer: “Guelbenzu sigue, para satisfacción de todos, escribiendo la novela de nuestro tiempo”.

¿De acuerdo con que está usted escribiendo la novela de nuestro tiempo?
Es lo que pretendo. Hace poco le dije a Eduardo Mendoza: No sé si voy a dejar esto de la novela ya… Y me dijo: oye, no te rindas que quedamos muy pocos ya. Pero, vamos, yo la verdad es que estoy a punto de rendirme.

¿Por qué rendirse?
Porque esta última novela que he escrito no la puedo superar. Si me surge una idea que crea que es un paso adelante sobre esta última, lo haría. Si no me viene, pues no me voy a molestar.

¿Le molesta que haya gente que rehúya la literatura que consideran difícil?
No, eso ya lo sabe uno. Cuando estás haciendo un tipo de literatura más exigente que obliga a leer con atención, concentración, pues cuentas con ello.

Quienes buscan solo evasión, ¿pierden la oportunidad de disfrutar de la belleza del lenguaje?
La pierden, pero es que yo creo que les importa un pito. La gente tiende mucho a lo facilón, a arreglarse la vida con cuatro cosas y punto.

No ha sido siempre así, en el XIX se leían en alto novelas complejas y a la gente le gustaban..
Es que no había ni tele ni radio. Pagaban al farmacéutico o al boticario o a alguien culto para que les leyese en voz alta. En Inglaterra se hacía mucho, y leían por capítulos las novelas, era así como se publicaban. A Dickens lo leían así.

¿Imagina algo así hoy?
No. La gente quiere entretenerse, y para la gente entretenerse no es leer. Leer es esforzarse. Te compensa absolutamente el esfuerzo, pero tienes que hacer un pequeño esfuerzo.

En su novela si algo hay es mucho esfuerzo intelectual…
Pues surgió de la manera más tonta. Un día me puse a hacer un ejercicio de estilo alto, estilo noble. Y cuando llevaba dos o tres escenas escritas, me empezó a interesar qué iba a pasar. A partir de ahí me puse a escribir. Yo, que siempre me he metido a escribir novelas sabiendo lo que iba a ocurrir en la novela. Nunca había escrito sin saber lo que iba a pasar. Yo estoy absolutamente en contra de esas cosas que se llaman autoficción. Que alguien te cuente su vida… Hay que ser un fantasmón para creer que tu vida le interesa a los demás. Me parece muy fácil, yo considero escritor a alguien que inventa.

¿La autoficción es literatura?
La escritura para mí es otra cosa diferente a la autoficción. Y se aprende imitando. Al principio empiezas a escribir como Fulano o como Mengano. Hasta que llega un momento en el que dices: bueno, y ahora que sé escribir como Mengano, ¿qué hago yo? ¿Qué va a ser de mí? Entonces es cuando empiezas a pensar por tu cuenta.

¿Quiénes fueron los primeros que lo inspiraron?
Desde el punto de vida exigente fueron dos: Julio Cortázar y James Joyce.

También le inspira Cantabria, ¿por qué?
Cantabria me gusta y tengo esa tendencia natural a que mis ficciones sucedan allí. Y soy de Madrid, pero cuando era niño iba a todos esos sitios de la cornisa cantábrica de vacaciones. Se me quedaron como imagen de belleza, que para mí es importantísima. El verde, el que no haya perspectivas, el estar cortada la perspectiva siempre por bosques, montañas, valles y ríos… Eso es para mí como la vida.

Hablando de la infancia: ¿cuál le interesa más como escritor, la que es trauma o la que es felicidad?
Me interesa como felicidad. No es que haya sido yo muy feliz en mi infancia, pero eso no quita para que crea que ese es el mejor de los mundos y que sobre todo ahí es donde aprendes. Tu carácter se forja en la infancia. Si eres una buena persona, eso es que has sido seguro un niño estupendo.

¿Y si eres una mala persona?
Pues también has podido ser un niño estupendo. Es una etapa que vas abandonando para entrar en una vida dura. Normalmente para la gente los buenos momentos suelen estar en la infancia.

Para algunos es infierno…
Lo sé. A mí me dicen ahora que voy a volver a tener ocho años y voy a ir al colegio y digo: ¿allí, con todas aquellas bestias? Ni hablar. Lo que tiene la infancia es lo más importante para un escritor: la imaginación. La infancia te dispara la imaginación, sobre todo a la infancia de mi época, que como no teníamos nada, se jugaba con chapas y tabas; tenías que tener una enorme imaginación. Ahora tú le regalas a un chico una caja de soldados de la policía municipal de Holanda y no sabe qué hacer con ella. La única manera de entretenerse entonces era tener una gran imaginación, o te aburrías como una ostra.

¿A qué jugaba de niño?
Yo inventaba continuamente escenas con figuras de plástico. Incluso era buen dibujante. Los únicos premios que he tenido en mis estudios eran de dibujo. Me gustaba jugar a las granjas.

¿Le apena que se haya perdido aquello?
No, el mundo es el sitio donde podemos vivir, tenemos que vivir y además es que en el fondo todo lo bueno y lo malo es la vida. No voy a decir que no me gusta la vida porque me gusta muchísimo, aunque me vaya mal.

Es estar bien aunque las circunstancias no sean siempre las mejores…
Claro, pero eso va mucho con el carácter. Hubo una temporada que entre mis amigos estaba de moda estar deprimido. Entonces hubo un momento en que traté de deprimirme, hice todos los esfuerzos posibles, y no hubo manera. No me he deprimido nunca en la vida. Es una cosa extraordinaria.

Y maravilloso…
Totalmente, tú sabes que por mal que te vayan las cosas te vas a poner bien y no te vas a deprimir.

Nada que ver con el escritor agónico…
No, a mí eso de escribir a costa de tu vida no me convence nada. Estar desesperado y pasarlo tan mal y contar lo malo que es todo no me va.

Su protagonista, en cambio…
Lo he construido casi para entusiasmar a un psiquiatra, para que diga: es el mejor caso que he encontrado en mi vida. De hecho, recibí un correo de un amigo psiquiatra diciendo: es impresionante.

¿Lo mejor que le puede decir un lector?
Que es buenísima. Yo he pretendido hacer una escritura que esté a la altura de mi ambición literaria, que es una ambición satánica, y creo que es la primera vez que lo consigo en toda mi vida. Entonces, si alguien me reconoce eso, me sentiré completamente realizado.

Será más un lector que un crítico ¿o tiene fe en que sea alguno el que lo diga?
Un lector. Yo en los críticos de hoy no tengo mucha fe. Y es porque aquí suelen ser o profesores mediocres, no todos, hay algunos extraordinarios, o es gente que no está preparada. Y en general solo les gusta lo que entienden a la primera, y cuando no es así, te empiezan a poner complicaciones.

¿Diría que también pasa en el cine?
Sí, te dicen “tal película es que es un poco liosa, no se sabe bien qué pasa”… Pues fíjate bien, porque está bien hecha.

Antes ha dicho que tal vez no escriba más novela, ¿le bastará con la lectura?
A mí toda la vida lo que me ha gustado es dedicarme solo a leer. Disfruto de tal manera que me gustaría que eso fuera posible.

¿Es lo que más feliz le hace?
Bueno, leer, normalmente cuando es algo muy bueno, lo primero que me da es un ataque de envida tal que me tengo que poner a escribir para ver si alcanzo algo semejante.

¿El último autor o autora con el que le ha pasado?
Con mis autores favoritos: Henry James, Virginia Woolf, Conrad.

¿Españoles?
Juan Benet es mi autor favorito y fue un gran amigo.

Si hablamos de Inteligencia Artificial, ¿qué me dice como escritor?
No es para mí, que la usen otros. Yo ¿para qué me voy a meter en la IA, que en el fondo no es más que un ordenador con miles y miles y miles de frases tomadas de aquí y de allá. ¿Para qué voy a hacer eso? Y no es que me niegue al progreso. Pero a efectos de escritura ¿qué pasa? La IA lo que no creo es que sea creativa, creo que es una herramienta importante y va a ser estupenda para vagos y para escritores con pocas ganas de escribir. Te puede hacer un discurso, pero ahí no hay nada creativo, y la escritura y la música son creativas.

Si de niño le hubieran dicho que iba a ser quien es, ¿qué habría pensado?
Me habría quedado estupefacto. Aunque he de reconocer que lo creativo era lo mío.

Entonces, y disculpe la impertinencia: ¿por qué estudio Derecho?
Porque en aquella época, cuando terminabas 4º, tenías que elegir ciencias o letras y nuestros padres elegían ciencias para nosotros porque pensaban que con letras nos moriríamos de hambre. Entonces lo empecé y no me iba mal, porque era un chico bien mandado, pero llegó un momento que no podía resistirlo más. Las ciencias no me interesaban nada. Incluso un profesor de ICADE me dijo «¿Qué hace usted aquí? Usted no está para esto está para otras cosas». Para poder dejarlo y que me echaran tuve que suspender 15 asignaturas. Pensé: esta es la mía, me paso a Filosofía, que es lo que tendría que haber hecho. Pero yo no estaba fuerte en latín y griego y decidí que no.

Si volviera atrás ¿estudiaría Filosofía?
Sin duda, he echado de menos no haberlo hecho porque no he conseguido tener un pensamiento organizado. Aunque quizá por eso soy escritor y no profesor de Metafísica.

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