Muere el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, escritor por encima de todo

A los 89 años, el autor de 'Conversaciones en La Catedral', fallecía en Lima

Golpea en un lugar que no se puede describir. O no con facilidad, o habría que ser Mario Vargas Llosa para hacerlo. Y es justo la muerte del Premio Nobel, a los 89 años, la que asesta este golpe que nada tiene que ver con algo que pueda asirse con las manos o llorarse más que por dentro y con lágrimas que vienen de las aguas de la adolescencia, de los tiempos en que una estudiaba Filología Hispánica con la misma pasión que la llevaba a ir a la Casa de América a sus conferencias, de las veces que ha habido que levantarse y continuar.

Tiene que ver con una admiración, un acompañamiento, un viaje por cada una de sus obras, una entrevista que al fin logré, y que una ha lucido como una medalla de oro, ese trofeo que para algunos tiene la relevancia que para otros probablemente tendrá ‘poseer’…, sí, ‘poseer’ y mucho, sin más, y que nadie puede arrebatarme.

Nadie puede robarme mi tiempo con sus libros, mi alegría al dejarle a mi hermano pequeño su Travesuras de la niña mala (2006), y ver que lo atrapaba desde el principio y degustaba sus letras con urgencia, de la buena. También mi enfado con su Lituma en los andes (1993), porque prefería tanto cualquier otra obra del merecidamente reconocido como maestro de la palabra, que no entendía, ahora ya sí, por qué esa y por qué así. Su favorita, y su gesto cuando hablamos de ella, Conversación en La catedral (1969), junto al escritorio que escribía y que hoy pienso que no me fijé lo suficiente, que debería haber hecho una foto, al menos una…

O aquella otra obra que mi abuelo, también escritor, me regaló hace muchos años, La tía Julia y el escribidor (1977), o La ciudad y los perros (1963), que cogí yo de una de sus muchísimas estanterías, en las que aún hoy me pierdo en una pérdida elegida y hermosísima. Sin olvidar Pantaleón y las visitadoras (1973).

Duele en un lugar complejo que tiene que ver con la propia constitución como persona, con las raíces y las llegadas, el viaje en tren y todas sus paradas, el camino de la consciencia que proporciona la única felicidad posible y real. Mientras desayunaba hoy, miraba uno de sus libros, colocado sobre una estantería, de frente, La llamada de la tribu (2018) y pensaba que me había quedado sin hacerle una última entrevista. Siempre acaba uno llegando tarde. Porque él ya se había despedido de la ficción en 2023 con una obra cuyo título solo podía escribir alguien como él: Le dedico mi silencio.

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