
Teresa Cardona: «Los asesinados siempre son unos pobrecitos, sin importar quiénes y cómo hayan sido»
Es una de las voces más interesantes, potentes y adictivas de la novela negra actual. Sus letras atrapan brutalmente desde la primera página. Acaba de publicar A la vista de todos (Siruela), cuarta entrega de su saga criminal.
La han descrito como “maestra del thriller actual”, usted dirá que no, pero maneja a la perfección las claves del género.
Hay muchos maestros del thriller en nuestro país; muchos escritores de novela negra a la altura de la palabra ‘maestra’. Yo no, aparte de que he de reconocer que no soy una lectora obsesiva de novela negra ni obsesionada con leerla.
¿Qué nombres diría entonces que sí están a la altura?
Hay unos cuantos, pero, por ejemplo, Lorenzo Silva, Domingo Villar o Alicia Giménez Bartlett.
¿No es entonces muy lectora de novela negra?
Es que si lees solo una cosa, entras en una rueda… Y yo tengo un amplio abanico de lo que leo, algunas cosas hasta me dan vergüenza. Por el día leo cosas más importantes, como clásicos; y por las noches, hago lecturas más ligeras. Me he propuesto leerme el primero de Proust. A ver si me va mejor que con el Ulises de Joyce; ahí vamos veinte a cero. Veinte son las veces que he intentado leerlo, y las veinte lo he dejado.
¿Por qué empezó publicando en francés?
Mi padre es alemán y no hablaba español. Nunca habló con nosotros en alemán. Cuando nos mudamos con 18 años a Alemania no saberlo me dejó secuelas. Mi marido es alemán. No podía trabajar en ningún sitio salvo en la biblioteca infantil del Liceo francés, en la que forraba libros para los niños. Aprendí francés en el Liceo. donde vivía en una burbuja francesa. Conocí allí a un profesor de mis hijos de literatura, era un apasionado. Le corregí un cuento y me habló de escribir alguno. Yo estaba de leer cuentos infantiles harta, tengo cuatro hijos. Así que le dije: mejor nos cargamos a alguien.
¿Así, directamente?
Sí, le dije: ¿y si nos cargamos a alguien? Y así escribimos nuestro primer libro. Nunca pensamos que nos lo fueran a publicar, pero lo hicieron.
¿Cómo acordaron a quién mataban?
Él era profesor de primaria y yo madre de cuatro hijos, así que le propuse que dada nuestra situación nos cargáramos a un señor mayor.
De la que novela que acaba de publicar, A la vista de todos, dicen que es “adictiva”…
Lo que le da suspense a mi escritura es que yo nunca sé quién es el asesino. La idea de lo que quiero contar es mi espina dorsal, y de ahí van surgiendo los personajes. En el que estoy escribiendo ahora aún no sé quién es el que mata.
A quién mata sí lo tiene que saber…
Eso sí, claro. Lo que ocurre con los asesinados es que siempre parecen unos pobrecitos por el hecho de haber sido asesinados. Da igual quiénes y cómo fueran. Y yo lucho contra eso, intento por ello mostrar al personaje antes. Porque si no, de él solo sabes lo que cuentan otros. Yo lo doy a conocer yendo al pasado.
¿Evita así el maniqueísmo?
Es que en la vida ni unos son muy buenos ni otros son malos malísimos. Eso es Disney. Juzgar es fácil y es fácil decir “yo esto no lo haría”. Dar pan al enemigo porque solo tienes esa manera de sobrevivir no es colaborar. Hay que estar en la circunstancia para saberlo.
¿Cómo eligió a Maya, la víctima de esta novela?
Yo sabía lo que quería contar y para contarlo solo podía ser ella. Quería hablar de la relación insana que se puede producir en una familia; de cuando el amor se convierte en dañar a alguien. Yo comprendo que la gente no mata porque sí, salvo un psicópata. Matas porque has pasado un límite, matas por algo.
¿Las relaciones familiares y hasta dónde puede llegarse era pues el motor?
Quería entrar en las relaciones familiares, sí. Coincidió este libro con el momento en que mi hija se iba a ir a estudiar fuera. Me descubrí pensando que quería que se quedara conmigo. Y dije no: tiene que ir a Suiza a estudiar, tiene que salir del cascarón. Me espantó verme en ese “quédate conmigo”. Hay madres estupendas y que sin embargo han traspasado un límite.
¿Qué es lo que más le ha costado escribir?
Las escenas de Maya con el niño. De la protección a la hiperprotección y de ahí a la burbuja y de ahí a separarlo de todo se puede pasar cuando se pasan esos límites de los que hablo. Cada vez ves más peligros según el hijo o la hija crecen.
¿Más habitual de lo que creemos o incluso querríamos admitir?
Sí, es un síndrome mucho más habitual de lo que creemos. Yo creo que antes era todo mucho más fácil y natural. Además de que antes apenas había hijos únicos. Maya es una mujer que quiere darle a su hijo todo lo que no le han dado a ella.
Y se va al lado contrario…
Es una mujer que ve la forma de vida como una panacea, con el dibujo del niño presidiendo el salón. Pero ella no ha crecido así. Y pesa mucho cómo nos han educado.
¿Cree que ese irse al otro extremo sucede mucho?
Es que es muy complicado tirar por la calle del medio. Yo hubo un tiempo en que me pregunté ¿cómo sería si yo estuviera en casa haciendo un pastel con mis hijos? Yo eso jamás lo viví, mi madre trabajaba y no estaba haciendo pasteles conmigo. Nos mandaba en el metro, en el autobús… ¿Qué era eso de llevarnos a todos lados? Y yo los he llevado.
¿La novela negra tiene un compromiso social?
Sí, y además es muy ventajosa para ello, porque puedes denunciar algo sin que sea un ensayo. Por eso planteo conflictos éticos. Me gusta mucho. Estos conflictos en novela negra obligan a reflexionar. No voy a hacer que alguien cambie de ideas pero sí puedo intentar que se vea desde otro lado.
¿Cree que tenemos demasiados prejuicios?
Muchos y mucho. Lo sé bien yo, que siempre he sido la extranjera. Eso me ha obligado a ver más allá. Y cuando hablamos de otros, tenemos una idea preconcebida. Por ejemplo, si te caes porque tropiezas con alguien que te cae bien, tienes claro que ha sido sin querer. Si te caes y es por alguien que te cae mal, piensas que te ha puesto la zancadilla.
¿»Ese velo que nos impide ver lo que es evidente incluso en nosotros mismos”, la cito directamente. ¿Más incluso cuando se trata de uno?
Es que nos engañamos mucho por autoprotección. Nos justificamos mucho. Hacemos cosas que no permitiríamos a los demás. Y es porque queremos ser buenas personas y que nos vean así.
¿De verdad cree que cuenta tanto la bondad?
Todos podemos ser buenos con algunas personas y egoístas con otras. Y mucho. Tenemos que ser comprensivos y no lo somos. Con unos nos desvivimos y a otros ni los vemos. Tenemos el foco mal educado. Creo que lo que hay es menos comunicación y por tanto menos empatía.
¿En qué tenemos el foco mal educado?
En que estamos dispuestos a salvar el clima, pero no estamos dispuestos a ayudar al vecino de abajo. Nos pasamos el día mirando Instagram pero ignoramos quiénes son nuestros vecinos. Y hay personas con una soledad enorme, a las que el día se les hace eterno.
¿Por eso el escenario en que sucede la novela es un lugar pequeño?
Sí, en un pueblo pequeño hay que comunicarse, no puedes encontrar en Internet la soluciones; es necesario el contacto para resolver el caso.
¿Hay algo sobre lo que no escribiría?
No hablaría de la Guerra Civil desde un punto de vista ideológico, pero sí en la parte personal.