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«¿Os digo que tienen de malo los muelles? El amor al dinero maldito. Y para vosotros el amor al dinero es más importante que el amor al prójimo”. Lapidario Karl Malden cuando se dirige a los trabajadores del muelle, incluido Marlon Brando, en la Ley del Silencio, de Elia Kazan. La película con la que, en 1954, intentaba expiar sus pecados tras la caza de brujas perpetrada por el senador McCarthy en Estados Unidos y con la que nos presentaba el gran esfuerzo que supone ir contra la corriente y el poder autoritario.

Un Marlon Brando que, tras reconocer que “aquí en el muelle todos somos S y M. Sordos y Mudos”, empezaba a abrir sus ojos y a denunciar las pésimas condiciones de trabajo en las que se encontraban, entonces, los estibadores. Brando, que nunca se amedrentó frente a los poderosos que intentaban silenciarle y fue capaz de rechazar su Oscar por El Padrino en la ceremonia de 1973 como protesta por el exterminio de los nativos americanos. Sacheen Littlefeather, activista india, lo recogió en su nombre. Bofetada a la Academia e imagen para la posteridad mediante.

Pues bien, esa Ley del silencio que reinaba en los muelles y en la Academia de Hollywood, hoy por fin rota, entre otras cosas gracias -y ahora se demuestra- a la valentía de aquellas mujeres que han sacado a la luz los posibles abusos sexuales del productor Harvey Weinstein, parece que en Getafe no quiere quebrarse. Baste como ejemplo el polémico acto organizado por la alcaldesa Sara Hernández con motivo del 25 aniversario de la Casa de la Mujer donde, entre otras actividades, se pintaron vaginas que a una parte de las asistentes incomodó y resultó, incluso, desagradable.

Pues bien, este medio se hizo eco de un acto del cual ni el propio Ayuntamiento hizo propaganda. Y eso que a la alcaldesa de Getafe, otra cosa no, pero le gusta el autobombo más que un caramelo. Véase sino los 700.000 euros que contempla gastarse en esta materia en su borrador de presupuestos y que también se publicaron en estas páginas por aquello de la libertad de prensa e información.

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Lo que pasa es que en Getafe, al contrario de lo que sucedía en los muelles, no todos son sordos y mudos y hay, todavía, gente que quiere hablar e informar pese a las presiones y a las campañas en contra. Imposición de un pensamiento único que no ve más allá y no entiende, o no quiere entender, que actos como el de pintar vaginas, -que es totalmente libre y nadie censura- pueda parecer grotesco y fuera de lugar a otras ciudadanas y ciudadanos que asistieron atónitos y no entendían el propósito -o despropósito- de esta celebración.

Esa presión se evidenció cuando al toque de corneta tuitera la alcaldesa pitó a zafarrancho y comenzaron los insultos y vilipendios contra este medio por informar y dar voz a una parte de Getafe que no se ha plegado ni ha rendido pleitesía a la Ley del silencio y la Ley de la propaganda.

Es un secreto a voces que a Sara Hernández, alcaldesa por obra y gracia de Ahora Getafe, le incomoda la información que no se rinde a su interés. Pero en eso consiste el juego de la Democracia y la libertad de prensa. El silencio se acabó en los muelles y en Getafe, aunque disguste, también.