En esta vida por la que nos toca transitar tan importante es ser firme en las convicciones como tener en cuenta las consecuencias de cada decisión que tomamos. Y tengo para mí que los actuales responsables del Alcorcón no evaluaron las repercusiones que acarrearía un asunto tan recurrente como el despido de un entrenador cuando los resultados no acompañan. Se les debió pasar por alto que dirigen un club que ha crecido desde la familiaridad y siendo refractario a los afanes mercantilistas.

El problema es que desde la aparición en escena de Duchatelet se ha ido perdiendo a borbotones esa entrañable esencia que siempre había prevalecido hasta desembocar en un imparable desapego entre la entidad y sus fieles. La gota que colmó el vaso fue la intempestiva destitución de Anquela, santo y seña de la afición. Con él en el banquillo, la directiva disponía al menos de un impagable escudo ‘anticrisis’. Sin él, la sensación de desamparo es ya insoportable.