Decía Albert Einstein que “la vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”. No está en nuestro ánimo contradecir al Premio Nobel de Física, pero apostamos porque la vida es maravillosa, pese a que hoy en España su valor se haya degradado.

¿Tan poco vale una vida en este país? Pues a juzgar por las noticias de este pasado fin de semana, lamentablemente así es. Por citar solo algunos desgraciados ejemplos: en Madrid capital asesinan a dos chavales a machetazos, en una lucha de bandas latinoamericanas; uno de los detenidos, ya lo había sido por la explotación sexual de menores, y estaba en libertad; el asesinado de 15 años, portaba un machete de 60 cm de filo; en Parla semiapuntan el brazo de un navajazo a otra persona; y otros tantos sucesos que no han trascendido a la opinión pública, pero que ponen de manifiesto como salir a cualquier calle española, estos días, puede suponer el fin de una vida en un suspiro.

Ya no caben más excusas para atajar esta situación desde todos los niveles. En la preservación de la vida y la seguridad no deberían existir ideologías. Si eso significa que los distintos responsables gubernamentales tienen que estar 24 horas hasta encontrar la solución, que lo hagan. Si no, que dimitan, aunque en esta España del siglo XXI sea un verbo en vías de extinción, símbolo también de la decadencia que padecemos.

La raíz de todos estos execrables asuntos se encuentra en la educación, banalizada ley tras ley. Eso se traduce en ese escaso respeto a la vida y en última instancia, en un machetazo o violación que se lleva por delante a cualquiera. Nadie está exento. Si la base (la educación) está podrida, el castillo no puede durar mucho más en pie. Y desde esa atalaya (ministros, delegados y consejeros varios) se mira con desdén una y otra vez unas estadísticas que, de un tiempo a esta parte, detallan un exponencial incremento de agresiones sexuales, reyertas y homicidios, cuando no asesinatos.

Una sociedad que se precie de serlo, no se puede respetar a sí misma, si es capaz de pasar por alto cada día en las noticias, que un tipejo asesino confeso tenía decenas de antecedentes penales previos; o que bandas latinas pugnen por el control de las ciudades del sur de Madrid, como si esto fuera un ‘romántico’ Far West. No podemos seguir consintiendo que responsables políticos trivialicen de tal manera con leyes educativas, sociales o judiciales, como la prisión permanente revisable, por cuestiones ideológicas.

Ya advertimos en septiembre de 2021, tras las batallas campales en Alcorcón, que la crisis de autoridad que atraviesa la sociedad a casi todos los niveles: familiar, educativo, judicial, e incluso policial, iba ir a más. Desgraciadamente, el tiempo nos ha dado la razón, y nadie ha tomado cartas en el asunto. Basta ya de ideologías. A todos los estamentos con responsabilidad gubernamental: ¡hagan algo! Dejen de sentarse a mirar a ver qué pasa. Y si su ego no les deja, lárguense, pues el tiempo se acabó.