Imagen de la proyección de la ‘La Quinta del Sordo’: una obra de Philippe Parreno. Foto © Museo Nacional del Prado

La sala 64-65 del edificio Villanueva del Museo del Prado, junto a las pinturas negras de Goya, se ha convertido, gracias a la producción de ACCIONA Cultura y en colaboración con Fondation Beyeler, en un espacio íntimo en el que se proyecta ‘La Quinta del Sordo’. Se trata de la película de 40 minutos, de Philippe Parreno, que ofrece la posibilidad de viajar al pasado y experimentar la obra de Goya en el entorno en el que fueron pintadas.

El proyecto recrea un espacio perdido, ‘La Quinta del Sordo’, donde Goya vivió antes de exiliarse a Burdeos. Entre 1819 y 1824 pintó un conjunto de catorce pinturas directamente en las paredes de los dos pisos de la residencia. Esta casa se demolió en 1909, pero las obras permanecen ligadas a ese lugar, el de su manifestación inicial.

En ‘La Quinta del Sordo’ de Parreno la casa está deshabitada. El aire circula en silencio. Estamos en 1823 o, quizá, 1825. El año no está claro. Tampoco la estación del año. Podría ser invierno o verano, de día, o de noche… Las imágenes del proyecto enlazan las pinturas entre sí para formar una cosmología, un universo creado por esas pinturas. Y tras toda cosmología, como nos enseñan los mitos, hay una cosmogonía, un proceso de creación de universos, un intento de ordenar el caos.

Para reproducir este espacio hay que viajar en el tiempo. Parreno utilizó cámaras ultrarrápidas (500.000 fotogramas por segundo) para grabar las pinturas. En contacto con ellas, el tiempo se detiene. La cámara escanea el espacio desesperadamente en busca de signos. Parreno reconstruyó la casa y el jardín en tres dimensiones para hallar la acústica original del lugar.

UN RITUAL

La película se convierte así en un ritual, se proyecta varias veces al día, con una programación precisa. De lunes a sábado a las 10.30, 12.30, 14.15, 16.45 y 18.30 horas y domingos y festivos: 10.30, 12.30, 14.30 y 17.00 horas, hasta el 4 de septiembre.

Un músico presenta cada sesión. La luz de las lámparas titila en la sala, los asientos forman el arco de un círculo alrededor de la pantalla. Se entregan auriculares que ofrecen una experiencia biaural de la banda sonora, permitiendo acceder a este mundo interior.

El músico se presenta antes de interpretar al violonchelo una composición original de J. M. Artero, un preludio a la película. La música no se puede oír a través de los auriculares, pero tiene ya la capacidad de perturbar los límites de este complejo espacio. El interior y el exterior se mezclan, lo imaginario y la realidad también. Las luces destellan y varían en intensidad hasta que desaparecen en la oscuridad de la sala.