1948. Clément Mathieu, profesor de música desempleado, acepta el puesto de maestro y vigilante en un internado de reeducación de menores en Francia. El sistema represivo en el centro impacta al profesor, que a través de la música, logra transformar a unos chicos difíciles y al resto de funcionarios.

Los chicos del coro fue una revelación en cines allá por 2004 y aunque sucumbió en los Oscar frente a Mar adentro, su poso llega hasta nuestros días. Ahora en el Teatro La Latina se adapta en forma de musical, con Jesús Castejón como ese Clément Mathieu que nos arrebató el corazón. Y antes de hablar con él, uno recuerda eso de Bono, de U2, de que “la música puede cambiar el mundo porque puede cambiar a las personas”.

A Los chicos del coro le pasa un poco esto. ¿Nos hace mejores personas?
Sobre lo que decías, en referencia a Bono, la música no solo puede salvar el mundo, sino que lo está salvando. Hay una gran parte de la humanidad que ha sobrevivido gracias a la música. Es aplicable a cualquier tipo de música con la que la gente pueda trasladarse al universo de sus pensamientos de una forma más plácida. También es cierto que amansa a las fieras. De manera que la música es un poder de vida tremendo. Imagínate un mundo sin música. Claro, que sin conocerla no lo sabríamos, pero ahora mismo no se puede concebir la vida sin ella.

Ahora que lo dice, en este momento la necesitamos.
Más que nunca, por todo ese dolor que hay desatado. No sé si es que estamos pagando algo que hemos hecho tan mal, que nosotros mismos nos estamos liquidando. Realmente este es un momento en que la música es imprescindible. Siempre lo ha sido, pero ahora más.

Hablando de cambiar a las personas, ¿ha sentido alguna transformación desde que se ha metido en el traje del señor Mathieu?
Cada personaje trae un regalito, se aprende algo de él. Hay algo que brota que antes no estaba y que la búsqueda y construcción de ese personaje te ha hecho encontrar. Podría decirse que yo soy de carácter pesimista y hay un canto a la esperanza en esta función que a mi me ha llegado. Mathieu es un hombre fracasado y se reencuentra con la esperanza a través de la música, se lo comunica a los niños abandonados en un lugar donde ninguno debería estar.

¿Podría ser el más especial de toda una carrera?
Es muy especial, porque es tremendamente humano. Lo especial de los personajes es el momento en que te llegan y lo que te aportan. A mi me ha aportado, como le decía, una nueva mirada a la esperanza, a pesar de tener tantos años de profesión.

El musical, obviamente, adapta una película muy reconocida por el público. ¿Esto da un plus de responsabilidad?
Siempre, pero no por estar a la altura. Ya sabes que el lenguaje teatral no tiene nada que ver con el cinematográfico. Una película siempre es la misma, véase cuando se vea. Sin embargo, una función cada día es distinta a la anterior. El compromiso no es por ese lado, sino con el contenido de la historia. Que la película sea reconocida nos favorece en que la gente viene con el recuerdo de aquella película, que está lo suficientemente separada en el tiempo con esta función.

Dicho eso, ¿se es fiel a lo trabajado previamente o se abre a la improvisación?
No, no. Para eso existe el teatro de improvisación. Aquí se es fiel a lo pactado con dirección y los compañeros. Por supuesto hay un texto que te obliga a decir lo mismo todos los días. Otra cosa son las sensaciones que provocas tú y en los demás ese texto. Cada día tiene un pulso y algo que vas encontrando, pero se es fiel porque somos muchos.

“Que la película sea reconocida por el público nos favorece porque vienen a vernos con ese recuerdo”

Porque en el escenario se ve el producto final, pero detrás hay mucho trabajo. Con un reparto tan amplio, entiendo que la exigencia va más allá de lo físico. Algo más emocional.
Pues mira, los chicos, alrededor de setenta para cubrir los cinco repartos de quince, llevan ensayando un año hará en marzo. Nosotros hemos tenido ensayos de junio a septiembre, para retomar en octubre y estrenar en noviembre, aparte de la preproducción y la producción. Llevamos mucho tiempo trabajando y este trabajo sin implicación es imposible. Por eso es emocional, claro. Uno se implica para cada día ir creciendo dentro del personaje, dentro de sus emociones, pero nunca en escena. Por eso no cabe la improvisación en este tipo de teatro.

Llega el final, imagino que muchas sensaciones. ¿Cómo baja luego las pulsaciones, tiene alguna especie de ritual, por llamarlo de alguna manera?
(Ríe). No, no; así como tal, no. Hay una cosa mágica que son el saludo y los aplausos que lo ponen todo en su sitio. Aquí cada día es una alegría por el público puesto en pie y gritando bravo. Eso te hace bajar y ver que el resultado de lo que acabas de parir es bueno, y eso te coloca en otro estado.

Luego llega el momento del camerino, de quitarte los aperos del personaje y poco a poco ir bajando. Sí que cuesta eh, pero se consigue. Yo tengo 22 kilómetros hasta casa, que me permiten ponerme mi rock y bajar el pistón.

Para acabar, quien esté dudando aún de ver Los chicos del coro. ¿Qué podría añadir?
Si está conectado con la música, con la vida, con la emoción. Si todo eso junto le hace un buen cóctel que no dude en venir. El teatro tiene la obligación de enseñarle la vida a la gente. Aquí hay un personaje, un niño para cada uno de nosotros, donde vernos reflejados.