Marzo de 2020. Un mes marcado en la historia de la humanidad, y en particular, la española. Nos creíamos intocables, pero un virus nos despertó del sueño. El sistema sanitario desbordó, los muertos se contaron por miles y el resto fuimos confinados en nuestras casas durante meses.

Aquellos cierres, al menos en el caso español, fueron ilegales. Los derechos no se podían limitar en virtud de sendos estados de alarma, si no por estados de excepción. Una figura legal que exigía mayor control al Gobierno. Por razones hoy desconocidas, el Ejecutivo de España no quería ser controlado y parte del Legislativo (la mayoría necesaria) le avaló. Había que salvar vidas (al menos es el mantra) y el pueblo tragó. De acuerdo.

Llegaron términos como PCR y antígenos; uso obligatorio de mascarilla y dos dosis de varias vacunas (en función del millonario fabricante) que ahora son tres. Al menos a priori, y atendiendo a fuentes oficiales, las vacunas funcionan, pues aunque los contagios suban en distintas oleadas, las muertes y presión hospitalaria no siguen la misma tendencia.

Entonces, si la vacuna es efectiva: ¿Cuál es la razón para que dos años después haya gobiernos autonómicos, políticos y “expertos” tertulianos que vuelvan a pedir toques de queda y vulneración sistemática de derechos civiles en función a la variante llamada ‘Ómicron’? En casi dos años de pandemia: ¿Por qué no reforzasteis los protocolos y sistemas sanitarios? ¿Qué habéis hecho con el dinero que religiosamente pagamos vía impuestos para recibir una gestión acorde a esa fiscalidad?

La razón para volver a hablar hoy de colapso sanitario, por unos contagios que no se traducen en muertes ni ingresos en UCIs, es precisamente esa: tapar una nefasta gestión de los impuestos. Los gobiernos y políticos autonómicos que hoy piden cierres, quieren ocultar sus miserias con soluciones rápidas e ineficaces. O si no, con pasaportes sanitarios que vulneran también flagrantemente los derechos del ciudadano.

El certificado Covid no vale para nada. Solo da derecho a contagiar. Y más pernicioso aún: a dividir a la población. A separar entre vacunados y no vacunados. A enfrentar a vecinos, familiares y amigos. Que éstos señalen con el dedo al diferente, en vez de girarse y pedir explicaciones a unos gestores (los políticos) que han demostrado ser más letales que la propia pandemia.

No hay peor virus que el miedo, ese que durante 24 horas se inocula vía tertulianos, redes sociales y politicuchos elegidos por una parte de un pueblo asustadizo, que luego acude en masa a taponar las Urgencias por un mero resfriado. Sí, hay que hacer autocrítica, a la vez que mirar arriba, no a los lados, y exigir responsabilidades. Los mismos que hoy piden seguir pisando derechos civiles, mañana hablarán de salud mental. Y ¡basta ya! de manipular y dejarse manipular. Ni más cierres, ni más restricciones.