La radiografía como sociedad que nuestros jóvenes merecen

Enseñar al que sabe, entiende y es aplicado no es algo meritorio. Los buenos profesores tienen claro que lo que tiene mérito es enseñar al que menos sabe o entiende; lograr captar su atención, conseguir que atienda y entienda. Sobre todo en esos cursos cruciales de la adolescencia, en los que van a decidir su futuro. Si bien, no hay que perder de vista la impronta que deja en la infancia la enseñanza, pudiendo generar esa clásica división entre los que son de ciencias (porque se les ‘dan’ bien las matemáticas) y los que son de letras (porque se les ‘dan’ mal las matemáticas).

Pero la adolescencia, ahora mismo tan presente en los debates cotidianos gracias a la serie de igual nombre, es crucial. Vaya por delante el reconocimiento al profesorado, a la enorme complejidad de enseñar a quienes serán nuestro futuro. No es un ataque a los profesores, es solo una revisión, porque, aunque parezcan mínimos, algunos comportamientos o decisiones por su parte pueden llegar a ser definitivos y definitorios.

Tal vez el agotamiento, la falta de reconocimiento social o la caída de la vocación o en algunos casos su falta estén detrás de los comentarios que todavía hoy se escuchan entre algunos profesores: «es un vago», «no va a remontar», «es un caso perdido»… Alumnos que a veces intentan levantar cabeza. Chavales expulsados de clase (y no por atrocidades como la del instituto de Cantabria) con vidas complejas que tal vez estén a tiempo de salvar su futuro son metidos en el grupo de los ‘malos’, dándolos por perdidos.

¿Resulta la mejor manera de motivar al que peor va no concederle un mínimo de margen cuando remonta y se aleja del 2 para rozar el 5? Si se aprueba con un 4,7 a uno, habría que aprobarlos a todos, y eso pondría el suficiente en un 4,7; por lo que los del 4,5 pedirían su aprobado. Si nos ceñimos a una cuestión de estricta justicia, tendremos que aplicarlo a todo, ¿se puede ser tan justo cuando se califica por ejemplo un comentario de texto, un examen de Historia? Si con ese 4,7 se aprueba a ese estudiante que partía de cero y que se acerca peligrosamente al abandono de los estudios, determinando su futuro, ¿es realmente tan injusto o resulta un ejercicio de motivación?

Da pena, mucha pena, que una sociedad que acusa a sus jóvenes y adolescentes de falta de empatía e individualismo sea la misma que no les da ejemplo para aprender aquello de lo que supuestamente tanto carecen. Señalarlos es lo más sencillo. Mirarnos nosotros como sociedad, hacer la radiografía de nuestros adentros, es lo difícil. Pero es nuestra obligación.

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