En una balsa de aceite remaba este pasado lunes el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, cuando daba la primicia en la Cadena SER, del control de precios de los test de antígenos en esta sexta ola de contagios, cuyo fin ya se vislumbra en el horizonte.

Su ‘Sanchidad’, que vive lo más alejado posible de la calle, se imaginaba por contra los vítores y aplausos que recibió en forma de entrevista. Pero no hubo una analogía social. Y como siempre ocurre con el presidente, llega tarde y mal a atajar los problemas.

En esta España de poco análisis, reflexión y mucha histeria colectiva, a la que contribuye el sensacionalismo ‘tuitero’ y ‘tertuliano’, cundió el pánico en la víspera de las reuniones navideñas. Mucho experto a ‘Carballo’ entre los platós de televisión de distintas y las mismas cadenas a la vez (qué paradoja), vociferaba que las cenas de Nochebuena, Nochevieja y Año Nuevo, mejor con vacunados y test de por medio, o a galeras a remar. Y claro, como el populacho suele hacer caso a la ‘caja tonta’ en vez de a su propio criterio, acudió en masa a meterse el palito por la nariz y esperar la buena nueva.

Lo lamentable, como sociedad, es que nos hemos acostumbrado a tener un Gobierno de pésimos estudiantes, que dan el arreón del vago cuando el examen está sobre la mesa, y las consecuencias las pagamos los españoles

El resultado, el esperado: colas interminables en farmacias, fin de las existencias, colapso de la Atención Primaria y el Lazarillo de Tormes que encendió la bombilla de la especulación, con precios desorbitados; cuando no, test de antígenos falsos, como los detectados en el polígono de Cobo Calleja, en Fuenlabrada.

Si su ‘Sanchidad’ no hubiese estado presumiendo ante su retrato de Dorian Gray, como por otro lado acostumbra a hacer, habría usado a sus miles de asesores y macrogranja de ministros, para adelantarse al miedo colectivo, regulando con semanas de antelación lo que estaba por venir, y evitando así lamentables estampas como las vividas este diciembre.

Sin embargo, Pedro Sánchez es como ese Cómodo de Ridley Scott, que acude ‘bello’ y con ínfulas de tirano ante su padre Marco Aurelio, momentos antes de asesinarle (licencias del pomposo director) para decirle que se perdió la batalla. Y no, se perdió la guerra, como desde el inicio de la pandemia, o de esta legislatura que echó andar nada menos que hace dos años (y lo que nos queda).

Lo lamentable, como sociedad, es que nos hemos acostumbrado a tener un Gobierno de pésimos estudiantes, que dan el arreón del vago cuando el examen está sobre la mesa. Y el problema no es que el Ejecutivo suspenda, sino que los españoles pagamos las consecuencias de esa desidia.

Ahora que las reuniones navideñas llegaron a su fin y hay que hacer frente a la cuesta de enero, para pagar las cuantiosas nóminas de nuestros ministros y asesores, llega tarde el control de precios anunciado entre agasajos por su ‘Sanchidad’. Todavía habrá quien diga que mejor que nunca. Pero la broma ya está durando demasiado tiempo.