No hay mal que por bien no venga, dice el refranero español, muy sabio en esto del saber popular. De una contingencia del vecino, se puede sacar algo positivo. Y en el caso del Cercanías y su servicio a los municipios del sur de la Comunidad de Madrid viene que ni pintada la susodicha frase.

No hay más que coger un tren, a cualquier hora del día, fundamentalmente en hora punta, y comprobar el desastroso servicio que presta una red que, en otro tiempo, fue la envidia dentro y fuera del país. Pero el problema viene de lejos. De muy lejos. Quizás ahora, en pocos años y crisis económica mediante, se ha agravado. Más aún en redes sociales donde, a golpe de clic, es facilísimo quejarse del hecho puntual que provoca, por ejemplo, llegar tarde al trabajo o la universidad.

Y así tenemos constantes retrasos en el servicio; frecuencias de paso interminables que generan tiempos de espera eternos; accesos a las estaciones lamentables, debido a los años que pesan sobre sus muros; escaleras mecánicas que no funcionan, averiadas un día sí y otro también -Fuenlabrada Central es el claro ejemplo; y vías en un pésimo estado de conservación que provocan una incidencia como la que hace una semana tuvo durante una hora en Atocha a cientos de pasajeros atrapados. Esta claro que es un problema de dinero y de voluntad política para no invertirlo. Y los focos apuntan al Ministerio de Fomento, responsable máximo del estado del servicio. Pero claro, sin presupuestos generales no hay paraíso, por mucho anuncio de Plan que se harte en adelantar el propio Ministerio.

Está claro que el pésimo servicio del Cercanías es un problema de dinero y de voluntad política por no invertirlo. Y todo apunta a Fomento

¿Quién paga toda esta inmovilidad institucional? El usuario..Sí, usted, que paga al mes 72 euros -o más- por su abono de transporte-. Usted, sí, el contribuyente, al que cada mes le retiran un porcentaje de su sueldo para pagar a Fomento, Sanidad, Interior, Exteriores y un largo etcétera que comprende autonomías, consejeros, ayuntamientos, concejales, diputados y la madre que los parió. A esa torpe y mastodóntica burocracia que lleva años -insistimos, años, también en tiempos del socialismo, hasta hace nada, la ideología que más años ha gobernado este país en Democracia- sin ponerse manos a la obra. Dejando enquistado un problema para el que nunca hay dinero por la crisis o mordida de turno.

Usted acaba pagando finalmente toda esa inoperancia en dinero y tiempos de retraso. Horas perdidas en el andén, en el vagón o en las escaleras que no funcionan. Y todo ello mientras políticos de ayer y hoy, de viejo y nuevo cuño, que no han cogido un tren en su vida, se montan sonrientes en el vagón y por un día se escandalizan del servicio, hacen que trabajan por el contribuyente, piden y claman por soluciones que, cuando estaban en el poder, no eran prioridad.

Y así, la avería de cada día, el mal que sufren los usuarios del Cercanías –sobre todo en la C-5– se convierte en un perfecto instrumento de batalla política, sobre todo en el campo preelectoral. Después volverá al olvido. Y el ciclo de la hipocresía política continuará su recorrido.