«Es muy triste cuando Alemania cierra un contrato masivo de petróleo y gas con Rusia. Se supone que vosotros (la OTAN) os defendéis de Rusia y entonces Alemania se aparta y paga billones y billones de dólares al año a Rusia. Estamos protegiendo a Alemania, estamos protegiendo a Francia, estamos protegiendo a todos estos países. Y aun así, muchos de ellos se apartan y llegan a acuerdos de gas con Rusia. Se supone que tenemos que protegerles de los rusos, pero les pagan billones. Y creo que es muy inapropiado».

Sin embargo Donald Trump, cuya profecía de 2018 se ha cumplido, era el malo; y Angela Merkel, quien ha hecho dependiente a Europa de la tiranía rusa, era la buena. Así de idiotas hemos sido en Occidente todos estos años, pero la hoz y el martillo de Putin nos ha devuelto a la cruda realidad. Nos ha golpeado de lleno y ahora vemos con temor lo que significa no ser soberanos, y depender de la energía de otros. Psicópatas, encima.

Es evidente que la dependencia de la Unión Europea del gas y el petróleo ruso está financiando la invasión de Putin en Ucrania, y eso ha sido por obra y gracia de Merkel y un puñado de burócratas europeos, que nos han anestesiado todos estos años con el marketing del ecologismo. El caso más flagrante, el del excanciller alemán Gerhard Schröder, asalariado de Gazprom, la principal empresa gasística de Rusia

Merkel siguió la senda de Schröder. Y con ella, el resto de mandatarios europeos. Nunca buscaron una alternativa al gas ruso; al revés. Sin embargo, nos castigaban y culpaban del cambio climático, porque usábamos el coche o bolsas de plástico. Teníamos que cambiar de hábitos, o el planeta se iba al garete.

Y mientras nos atosigaban a impuestos verdes, los ‘engañabobos’ continentales llenaban de billones de euros las arcas de un Putin, que en cuanto se ha sentido fuerte, se ha ido a por Ucrania, vieja aspiración soviética tras el colapso del comunismo.

Ahora nos da miedo que apriete el botón que haga estallar el mundo por los aires, cuando en este tiempo le hemos dado ese poder de decisión por votar a los Schröder o Merkel de turno. De aquellos polvos, estos lodos. Y aunque en el pecado llevamos la penitencia, nunca es tarde para reaccionar.

La próxima vez que vayan a votar, mediten desde la paciencia. Más vale un Donald Trump con malas formas pero que canta las verdades del barquero, que una Merkel o un Schröder de unicornio, que esconden a un oso ruso.