En 1944 vio la luz una de las novelas más famosas de Jean-Paul Sartre: A puerta cerrada. Y ello porque dejó para la posteridad la frase: “El infierno son los otros”. En su locución, el filósofo y existencialista francés alude a como el individuo se cree el centro de todas las cosas. Es creador, originador de materia -o, por ejemplo, políticas-. Entendido así, todo funciona hasta que surge otro individuo que también crea. Que también es origen. Y entonces expulsa -o eso me creo- los privilegios que hasta su irrupción mantenía. Al creerse por encima de todo, el individuo desprecia al nuevo actor en vez de mirarse a sí mismo y hacer autocrítica. “El infierno son los otros” o lo que en castizo castellano viene a ser mirar la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Algo así ha sucedido este fin de semana en las elecciones andaluzas que dejan tres lecturas claramente evidentes. La primera, el fin de la hegemonía el PSOE tras cuarenta años gobernando Andalucía. La segunda, la irrupción de VOX, a quien los partidos tradicionales se han encargado de menospreciar y dar cancha durante toda la campaña. Y la tercera, la inutilidad del CIS, que nos cuesta dinero -y mucho- a todos los españoles para ser el espejito del Gobierno de turno.

Las elecciones andaluzas dejan tres lecturas: el fin de la hegemonía del PSOE tras 40 años gobernando; el auge de VOX; y la inutilidad del CIS

Tras la resaca electoral, con mucha lectura nacional, los focos se están poniendo fundamentalmente en el auge de VOX. Extrema derecha, misógino, homófobo, anticonstitucional… Son epítetos de estas características los que está recibiendo el partido de Santiago Abascal, que como hiciera Podemos en 2015, ha aprovechado la coyuntura -golpe de Estado en Cataluña, corrupción de los partidos tradicionales e inmigración desenfrenada en las costas, donde ha sacado todo su músculo- para irrumpir en la escena política. Adjetivos que vienen, principalmente, del PSOE y el propio Podemos, responsables del advenimiento de VOX, junto a la corrupción del PP, base natural del partido de Abascal, y la indefinición de Ciudadanos -que sube con fuerza pese a todo-.

Desde que dejó la calle para acomodarse en los chalets, Podemos ha perdido legitimidad y ha visto como el descontento se canaliza desde otro extremo

¿Y por qué? Porque el PSOE creyó, como decía Sartre, que Andalucía era suya. Susana Díaz pensaba que la Junta era una extensión de su ser. Su creación. Y en su menoscabo constante al otro, lo ha hecho más fuerte. También Podemos, que desde que dejó la calle para instalarse en chalets millonarios ha perdido toda legitimidad en su discurso y ha visto como, desde el otro extremo, se ha canalizado el voto de una ciudadanía que ha dicho basta a los cortijos, a la corrupción y a la hipocresía de un Gobierno, el de Pedro Sánchez, que ha pactado con secesionistas vascos y catalanes el llegar a la Moncloa, sin tapujos, mientras da lecciones de constitucionalismo al respetable.

Estas elecciones eran las primeras tras la rebelión en Cataluña. Las primeras tras quedar acreditada la caja B del PP, y las primeras de Pedro Sánchez como presidente. El contribuyente ha dicho hasta aquí hemos llegado. Ha pedido cambio tras cuarenta años de lo mismo. Ha votado contra quienes se gastaban presuntamente el dinero de parados en prostitución y cocaína -que mucho ha tenido que ver en el descontento y la desmovilización-. Y si Díaz y su jefe, Sánchez, son incapaces de verlo así y hacer autocrítica, bien harían en dimitir y dejar de tratar a los españoles como borregos que no saben de donde viene el aire.