Roma, año 64 de Nuestro Señor. Nerón tañe el arpa ante una cohorte de aduladores. Es espantoso, pero es el emperador y nadie osa desafiarle, salvo Petronio, autor de ‘El Satiricón’, que con su afinada prosa sabe dar donde más duele, a pesar de que Nerón, un indigente mental, un psicópata, no se percata de estas “puñaladas” hacia su persona.

El ruido del arpa de unos de los peores emperadores de Roma no silencia, en cambio, los gritos de la Ciudad Eterna que ordenado incendiar, sin importarle el destino de sus ciudadanos. Y ha culpado a los cristianos del fuego. A los mismos a los que ahora persigue con ahínco.

Paralelamente, cuenta la tradición cristiana que San Pedro, en medio de ese caos originado por Nerón, abandona Roma, mientras los cristianos perecen en las llamas o ante las fieras del circo del ‘imperator’. En la vía Apia, Pedro se topa con Jesucristo, que porta de nuevo la cruz. “Quo vadis Domine?” (¿A dónde vas, señor?), le espeta Pedro, a lo que Cristo responde: “Romam vado iterum crucifigi”(Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo).

Ruborizado por su traición al pueblo de Cristo, Pedro da marcha atrás y cumple con su destino: ser martirizado y crucificado cabeza abajo en un lugar, donde siguiendo esta tradición, se levanta hoy la Basílica que lleva su nombre.

Casi dos mil años después, otro Pedro, sin embargo, no siente vergüenza ni pudor alguno en abandonar a su pueblo y traicionar al Estado de Derecho, a cambio de dos años más en el poder. Este Pedro del que hablamos, de apellido Sánchez y que gobierna España, es más un Nerón que un santo. No cabe ninguna duda.

Y eso porque en nombre de una concordia y voluntad de acuerdo inexistente, Pedro Sánchez firma los indultos a nueve políticos condenados por violentar el orden constitucional el 1 de octubre de 2017. No solo por el Golpe de Estado, sino por utilizar dinero público (nuestro dinero) para saltarse la ley y cometer una ristra de delitos que han asegurado volverán a perpetrar. Es el sumun de la desfachatez.

La firma de estos indultos supone dividir a los españoles en ciudadanos de primera (aquellos que están al otro lado de la ley pero cuentan con el beneplácito del sátrapa de La Moncloa) y de segunda (los que estamos apaleados a impuestos hasta casi por respirar, y no se nos pasa ni una). Manda un mensaje de que la ley no sirve para nada, que se la puede saltar uno cómo y cuándo quiera, siempre y cuando sea amiguete del poderoso de turno, rompiendo una de las reglas básicas de la democracia. Es decir, ya no estamos sujetos a la ley, sino al albedrío de un Gobierno que ha cruzado el Rubicón de la deshonra y la traición.

Firmar los indultos manda el mensaje de que no estamos sujetos a la ley, sino al albedrío de un Gobierno que decide qué es justo o injusto

¿Se imaginan a un violador, que no ha pedido ser indultado y que si obtiene la gracia, garantiza que volverá a violar? ¿Y a un asesino que tampoco ha solicitado el indulto, pero que si lo obtiene volverá a matar? Pues este Gobierno, el de PSOE y Podemos, va a hacer eso con delincuentes malversadores condenados, que han roto la convivencia y quieren someter a la mitad de una región, al arbitrio de la otra mitad, apelando a un nacionalismo que recuerda a aquellos años treinta, que tanto daño hicieron a Europa.

Papelón para los socialistas que estos días en los ayuntamientos se posicionarán a favor de la decisión de su jefe. Les estarán diciendo a sus vecinos, esos que sostienen vía impuestos todo este tinglado, que son vecinos de tercera frente a sus homólogos catalanes. Que ellos sí están sometidos a la ley, a las ordenanzas y al pago de tributos. Ellos (los españoles), como Cristo, vuelven con la cruz a Roma para ser nuevamente crucificados por un Nerón, que no duda en quemar la ciudad, con tal de seguir en el poder.