De Atenas, al resto del mundo. Así nació la democracia alrededor del 508 antes de Cristo. Reunidos en Asamblea (Ecclesia), los ciudadanos mayores de 18 discutían y hablaban en libertad de lo divino y lo humano, aprobando leyes, decidiendo sobre la guerra y la paz, votando a mano alzada y dando sentido a la palabra que ellos mismos habían inventado.

Así llegó Roma y su República. Un Senado que ha dejado para la posteridad verdaderos tratados de derecho, todavía hoy vigentes, merced a debates enfervorecidos entre los elegidos por el pueblo libre de la Ciudad Eterna. Incluso en tiempos del Imperio, el emperador debía dar cuenta de su gestión ante los senadores, que de vez en cuando desafiaban su imperium y le sonrojaban, aún a expensas de soportar la cólera del Dios en la Tierra, pues tal era la consideración del emperador.

A lo largo de los siglos, la democracia fue evolucionando, sobreviviendo a monarquías absolutas y revoluciones liberales u obreras. Parlamentos, Congresos Asambleas o Plenos, a nivel municipal, se han ido adaptando a los tiempos. Son los núcleos de poder donde se manifiesta la voluntad del pueblo. ¿Mejorables? Desde luego, pero son la voz y el espíritu de una sociedad que dicta sus normas a través de los representantes electos.

Con la pandemia de Covid-19 y en nombre de la salud y la seguridad, los templos de la democracia cerraron de forma provisional, pero afortunadamente vuelven a la luz. Conviene no olvidar que bajo la bandera de la salud y la seguridad -sirva la repetición- se han cometido grandes aberraciones a lo largo de la historia. Algunas tan básicas como socavar la democracia e imponer la tiranía.

Por eso es necesario recuperar la palabra a viva voz de los representantes políticos. Los debates, las interrupciones acaloradas, las interpelaciones cara a cara tiene que regresar ya. Sobre todo al ámbito municipal, a los ‘Plenos’ de los ayuntamientos, donde todavía se imponen las sesiones telemáticas.

Es verdad que en lo peor de la pandemia, este recurso ha servido para mantener viva la llama democrática. Como en el Templo de Vesta, el fuego no se ha consumido, aunque no duden que lo hará si seguimos permitiendo que el alcalde o alcaldesa de turno calle a la oposición con un solo dedo y sin posibilidad de réplica.

La política no puede estar aposentada sobre la comodidad de un botón y una pantalla. Si consentimos esto como sociedad, estamos perdidos. Máxime cuando desde el Ejecutivo central, el de Pedro Sánchez, se está horadando al Poder Judicial, al que poco menos se herramienta de venganza, y no razón de ser de nuestra libertad. Eso es un Estado de Derecho: aquel que se rige por el imperio de la ley, y no sometido a la voluntad de un mequetrefe con ínfulas de emperador.

Las leyes y su cumplimiento efectivo, sin peros ni ambigüedades, son el pilar fundamental de una democracia. Como la separación de poderes. Su debate y aprobación en la Asamblea o Congreso, insistimos, la prueba de que la democracia sigue viva.

Trasladado al ámbito municipal, las ordenanzas y los ‘Plenos’ a viva voz son la herramienta para el que el pueblo pueda fiscalizar la labor de su alcalde. Y hoy, año y medio después de la pandemia, al menos en el sur de Madrid, los socialistas tienen “secuestrada” esa voluntad popular. Con la vacunación viento en popa, las UCIs afortunadamente vacías y los trenes a rebosar de trabajadores, se acabaron las excusas: ¡Plenos presenciales, ya!