Jamás pensé que viviría algo así. Nunca llegué a pensar que las historias de Asimov, Matheson, Bradbury o Huxley saltarán de la ciencia ficción a la más cruda realidad. Pero ha pasado. De nuevo la realidad supera a la ficción y a mi juicio en el peor momento posible.

La crisis del coronavirus ha golpeado a España donde más duele. En la vida de nuestros mayores, fundamentalmente. Aquellos que nos legaron un país libre y próspero que de eso, hoy, tiene más bien poco. Nos queda la fortuna de saber que tenemos la mejor sanidad del mundo y unos profesionales (entre médicos, enfermeros) a los que la palabra héroe se les queda corta.

Sin olvidar a policías, bomberos, protección civil, militares. Pero también cajeros, reponedores, transportistas, operarios de limpieza. Y un sinfín de personas anónimas que están dando la batalla en primera línea al coronavirus. También aquellos que cumplimos escrupulosamente la cuarentena y nos quedamos en nuestras casas para evitar que el contagio se propague.

Esa actividad sanitaria entronca con el parón económico. El golpe que sufre y va a sufrir nuestra economía es y será brutal. Grandes, medianos y pequeños empresarios, autónomos y trabajadores son y serán las grandes víctimas. Esas personas que con su ingenio han arriesgado su capital, su patrimonio, para dar trabajo a millones de familias que también saldrán perjudicadas de esta crisis. Y sin embargo también están ahí (al menos en el 99% de los casos) cumpliendo con su cometido para frenar al virus.

Para todos ellos siempre un aplauso y mi eterno agradecimiento. Para nosotros, para (casi) todos desde el punto de vista económico, el presidente del Gobierno anunciaba este martes una serie de medidas como la de movilizar 200.000 millones de euros (el 20% del PIB) para paliar los efectos devastadores de esta contingencia mundial. Esa que antes del 8 de marzo «no se veía venir» (nótese la ironía).

El mensaje es que el Estado sale al rescate de sus ciudadanos. No hombre no. El Estado no es una entelequia ni un ser supremo. El Estado es usted, soy yo. Es su dinero, es mi dinero. El Estado son todas esas personas que mencionaba más arriba. Y es de ahí, una vez más, de dónde va a salir ese dinero.

Ya les digo de donde no va a salir. De los bolsillos de esa casta política que pasó de ocupar plazas a sillones en Consejos de Ministros. De ahí no verán ni un esfuerzo. Ni siquiera el de cumplir una cuarentena obligada por ese afán de engordar en el poder. Salvo que la realidad vuelva a superar a la ficción. Y en este caso, ojalá.

Entre esas medidas que anunciaba el presidente del Gobierno (recuperando el hilo) se encontraba la de agilizar los ERTE (expediente de regulación temporal de empleo) en aquellas empresas que justifiquen pérdidas por esta coyuntura vírica.

El Estado (usted y yo; mis impuestos y sus impuestos) es una vasta empresa que el mismo presidente del Gobierno ya ha anunciado que presentará un resultado económico a pérdidas. 200.000 millones de euros, concretamente. Con lo que siguiendo la lógica presidencial, el Estado está en condiciones de presentar ya un ERTE.

Y me fijo en el Ejecutivo de esta mi querida España, esta España nuestra, que diría la siempre recordada Cecilia. Un gabinete con cientos de asesores, veinte ministerios y cuatro vicepresidencias. Ahora, ahí están las ruedas de prensa, se ha concentrado el poder en cuatro ministros y el presidente. Illa, Marlaska, Robles, Ábalos y Sánchez. Lo que deja 19 puestos bañados de dinero público totalmente inútiles y que deben cesar de sus cargos ya.

Ese gesto es hoy más necesario que nunca. Y de paso podríamos añadir al Legislativo y sus 350 diputados que cobran un peculio bastante generoso. Mermen a la mitad (seré generoso) esas retribuciones mientras nuestros sanitarios, agentes de seguridad, transportistas, barrenderos y cajeros se parten el lomo y muchos casos sin protección frente al virus.

Urge ya un ERTE en el Gobierno de España. En su poder Legislativo y en cascada, en la Corona (y otras administraciones), inmersa nuevamente en el escándalo. Algo a lo que los Borbones son muy asiduos desde 1713.

Sean por una vez el Gobierno del pueblo. Sirvan al pueblo. No se sirvan de él. Necesitamos esa ejemplaridad como nunca antes para salir de ésta. Lo que no quita que cuando esto pase (que pasará) exijamos más que gestos. Responsabilidades penales para quien banalizó el tamaño de esta crisis sanitaria y económica y antepuso su rédito político al interés general.

Eso será entonces. Hoy toca remar en el mismo barco y la misma dirección. Y si nos ajustamos, lo hacemos todos. Usted presidente Sánchez, el primero. Y de ahí hacia abajo.