Y ahí está el ejemplo tan reciente de Marcelino García Toral, el entrenador del Valencia. Una semana entera ha estado creando la tensión necesaria para apear al Getafe de la Copa del Rey. A sus lamentos solo le faltaban dos ingredientes: un árbitro acobardado, como el catalán Xavier Estrada Fernández -masacró a tarjetas al ‘Geta’, incluida la expulsión de Djené-; y las malas decisiones de Pepe Bordalás.

Todo junto ha funcionado y Marcelino se ha salido con la suya. Marcelino, bajo esa apariencia de monaguillo sencillo, bondadoso y taimado, incluso afable, esconde un veneno que, inoculado en su justa dosis, ha acabado con los azulones. Tiró la piedra, escondió la mano y una vez recogido su fruto ponzoñoso, se quitó responsabilidad y volvió a su apariencia angelical.

“No me gustaría ser como Marcelino ni un segundo”, dijo Klopp, entrenador del Liverpool. Ni a mi tampoco. Pero bajo esa falsa humildad de Marcelino y la incompetencia del árbitro catalán -que cada uno saque sus conclusiones- ha sucumbido el Getafe en Copa. Bordalás solo puso el último clavo al ataúd azulón sacando a Hugo Duro en un partido que requería de más experiencia en los momentos finales. Todo mezclado, y el resto ya es historia.