
El relato: «No te irás, ¿verdad?»
Había aprendido a callar, a no justificarse, a no explicarse si no era escuchada. Y lo había hecho a base de trabajo y esfuerzo, horas y días y meses y años sentada escuchando a los demás sin cortar ni responder ni cuando era atacada con falsedades, calumnias o mentiras.
El aprendizaje había sido muy duro, pero había resultado un bien para ella necesario. Hoy, tras lo que le ha sucedido, se está cuestionando si no haber interrumpido, explicado más y mejor, expresado los hechos tal y como fueron no ha sido peor que mantener su aprendido y reforzado mutismo ante la amenaza y el grito, la mentira y la disposición a no escuchar absolutamente nada de lo que ella tuviera que decir y pudiera decir.
Duda. Duda sobre lo adecuado y sobre todo lo beneficioso en esta ocasión de haber mantenido la calma ante la falsedad y la tergiversación, y ante la falta de respeto. Las formas le duelen tanto…
Mientras la otra persona la imprecaba y cambiaba los sucesos y el pasado y con ello la realidad, una que la atañe directamente y en algo que le importa, no respondía alzando la voz ni insistiendo tras ser cortada sistemáticamente. Piensa en que no se ha entendido su verdadero papel, su manera de proceder, pero ¿cómo hablar a quién no quiere escuchar, a quién no permite hablar a no ser con el grito y con ello el descontrol que Blanca no se permite ni se va a permitir?
¿Por qué habrá gente mala?, se pregunta recordando las veces que su abuela se lo ha dicho. Porque las dos comparten el terror a la maldad, la incomprensión del mismo, la total defensa de la bondad en cualquier escenario.
Su abuela le dice que además de malvado y torticero, el comportamiento de la persona que la ha dañado y para ella dejado en un complicado lugar, al menos de momento, es machista. Su abuela, que hoy tendría 120 años, lo ve claro: «Es más que machista lo que ha hecho y dicho».
-Le diré que ha tenido un comportamiento machista, abuela.
-No sé si te va a servir de mucho… Dado el personaje.
-Bueno, solo se trata del comportamiento, no le diré que es machista, solo que ha tenido un comportamiento machista.
-¿No se lo has dicho ya al menos un par de veces?
-Sí, pero se lo repito. Respondió gritando que si le estaba llamando a él machista. Yo le dije que no, que no se lo estaba llamando, que eso era cosa suya, que solo podía saber él si era o no una persona machista. Yo solo le decía que estaba teniendo un comportamiento machista.
-Me recuerdas muchas veces a tu padre.
Blanca piensa en lo complicadas que son algunas personas y lo complicado que les resulta ser educadas o simplemente no agresivas. Ella intenta ser lo más correcta que puede, que es mucho, y mantener un respeto hasta con quien se lo pierde a ella constantemente en esa provocación que Blanca tan bien conoce. Ha peleado en escenarios vertiginosos, aterradores y terroríficos, pero no deja que se vea. Nadie se da cuenta de que detrás de esa apariencia frágil, delicada, dulce, hay una superviviente a la que han intentado derribar más veces de las que quiere contar.
Las arruguitas alrededor de los labios son de apretar bien fuerte los dientes para no estallar, para seguir, para sobrevivir.
Baja los hombros mientras se repite la instrucción para calmar la postura que poco a poco se tensa. El conocimiento corporal propio le sirve para acceder a lo más profundo; le importa no sentir la presión en sus hombros y en su cuello y en su espalda. Es no ser títere de las emociones.
Ella, su abuela, siempre iba recta, muy recta, con paso firme y rápido, y ella quiere mantener esa misma postura. Ahora sigue teniendo la misma postura, aunque no esté de la misma manera que cuando vivía.
-Blanca, no te obsesiones, tú vas muy recta. No vas encorvada, no le des más vueltas.
-Pero tú sabes que no es una cuestión de apariencia, para mí es mucho más importante. Es no esconderme, no tener miedo, decirle a mi mente que puede y que todo está bien aunque lo ajeno se mueva y se vuelva a mover.
-Ya lo sé, pero también te pasa que empiezas a darle vueltas y te tensas tratando de no tensarte.
Blanca sonríe. Su abuela siempre lo consigue, tiene esa sabiduría de la gente acostumbrada a observar y a guiarse por el instinto. Tiene suerte. Un pequeño escalofrío le borra la sonrisa.
-Abuela, no te irás, ¿verdad?