«Asesinados»: el valor de la palabra intencionadamente precisa

Decir «asesinados» en lugar de «fallecidos» no es inocente. El lenguaje en política es una decisión estratégica y premeditada. Porque con la palabra no solo se describe lo que sucede o incluso se construye, también se deforma.

Considerar y nombrar a los mayores fallecidos en la Comunidad de Madrid como “asesinados”, pues tal fue el verbo elegido, constata cómo al seleccionar una palabra en lugar de otra la realidad queda cambiada, deformada, alterada. A veces definitivamente modificada.

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define así ‘asesinar’: ‘Matar a alguien con alevosía, ensañamiento o por una recompensa’. La distancia entre morir y ser asesinado es pues tan extensa que casi se podría hablar de antonimia.

El lenguaje no es neutro y en política lo saben bien. De hecho, cada vez es más habitual el empleo de términos que atacan directamente a lo emocional tratando así de tergiversar realidades y ganar puntos, votos, amistades.

Es en este caso especialmente doloroso porque se produce tal desviación con el empleo de una sola palabra que se imposibilita una mirada y un análisis sobre lo sucedido. Duele que este episodio de acusaciones haya ocupado el espacio que requería una reflexión necesaria: ¿estaríamos hoy, cinco años después, preparados para una situación como la que provocó la COVID?

El lenguaje es, tal vez sea más exacto: puede ser, un instrumento de análisis perfecto, pero ¿es posible con un empleo deformado y deformante de la lengua?

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